lunes, 27 de febrero de 2012

NO PUEDE TODO SER POLÍTICA (dos)

Anteriormente en "UN AGUJERO EN EL BOLSILLO DEL PANTALÓN":


Nos detuvimos justo en frente al CAI del Parque del Virrey. Arrogantes las fachadas del hotel y las cafeterías emblemáticas del parque al otro lado de la calle.
En vista del espléndido sol que se levantaba en lo alto del cielo azul, cliché añorado de sábado en la tarde, y de que la cena a la que mamá se había comprometido a asistir no era sino hasta las siete, sugerí a ella dejarse tomar del brazo para cruzar la carrera quince y hacerme compañía con una tacita de café.
“¿No será mucha molestia?” pensé, reprimiendo cualquier sonrisa que osara asomar a mi rostro.
Reposando el bolso en el asiento a su lado, mamá se sentó mirando hacia el costado oeste del parque, abandonándose al entretenimiento acostumbrado, matizado de perros y deportistas, y uno que otro arribista andino, de esos invariablemente ataviados con pantalón caqui, camisa polo y suéter entornando sus hombros. En apariencia, ya la mujer del perro y su popó se habían desvanecido de su mente; a diferencia de la mía, en la que no se dibujara con definición.
Se acercó el mesero a nosotros y, antes de darle oportunidad siquiera de saludar (y presentarse, como me lució que pretendía hacer desde un principio), ordené una taza de café espresso. Mamá saludó al mesero, después de lanzarme una mirada de reproche, y ordenó un té en agua.
¿No será mucha modestia?
Anotó en su libretita las bebidas el mesero, se dio media vuelta, y desapareció dentro del establecimiento.
Interrumpí mis pensamientos casi que por un reflejo de rechazo al silencio en el que nos sumergió la pesada presencia del dependiente.
—Antes que recitar la teoría macroeconómica contenida en la obra de Mankiw y Krugman, deberían esos muchachos es concentrar toda su atención en un punto único. Crítico.— Tragué saliva y proseguí: —A esos muchachos les hace falta es pensar con independencia. —Sentencié.
—De manera independiente o no, pero que piensen. Dios no lo quiera, y terminen repitiendo las mismas sandeces y contradicciones en las que incurre Alejandro Gaviria, o lamiendo las botas de sus amigos, de manera que se encuentren presentables en el momento de ser hundidas en la boñiga oficialista, como bien hace Juan Carlos Echeverry, o, en el peor de los casos, obedeciendo a ojos cerrados las órdenes de un superior inescrupuloso como Andrés Felipe Arias—. Secundó mamá.
La pesadez del mesero, de vuelta con nuestras bebidas, me animó a sacar a relucir el silencio guardado antes.
Dispuso él una servilleta a mano derecha de cada uno de nosotros, las bebidas en frente, y el protocolo de acompañamientos en el centro de la mesa. Se retiró pues con una venia mal fingida, llevándose adentro su pesadez el mesero. Siguiéndolo con la mirada añadí: —En ese orden de ideas, mejor entonces que ni se molesten en pensar.Bajé el tono y clavé la mirada en los ojos de mamá: A eso están habituadas las facultades de economía, sin que haga falta detenernos a examinar el espíritu imperante en los colegios de administración; dado el caso tendríamos es que dar un par de saltos en el tiempo hacia atrás, siglos antes de Robert Owen, para comprender qué es sobre lo que ellos fingen hablar, cuando no es, a pierna suelta, de sus aventuras en “Federico, Carne para Rico” o “Rompiendo Records”.
—Para ser justos, yo no tengo la culpa, mucho menos las facultades de economía y administración, de que únicamente te hayas relacionado con individuos de mente roma. Hasta parece que estés hablando es de abogados.— Reprimió mi ímpetu mamá, y bebió de la taza humeante.
—Y me arrancó las palabras de la lengua. —Repuse entusiasmado, de inmediato.
Todos los cretinos conducen a una mente roma.


... a seguir.

domingo, 19 de febrero de 2012

NO PUEDE TODO SER POLÍTICA (uno)

Veníamos de la librería Lerner en la calle noventa y dos. Buscábamos un obsequio en compañía de mamá. Según se convino en la mañana al término de dos minutos y medio de conversación telefónica, una copia de la edición de seis volúmenes de los Escolios a un Texto Implícito (Obra Completa) de Nicolás Gómez Dávila sería más que exagerado homenaje con motivo del cumpleaños de Camilo Gómez, estudiante primíparo de economía en el Colegio Mayor de la Universidad del Rosario, y sobrino de ella, además.
No ocultó mamá su sorpresa al hacerme saber hace un par de noches que no tuvo noticias suyas sino hasta la semana anterior, cuando él mismo llamó a informar sobre su deseo de que ella lo acompañase en una modesta cena de celebración, en su casa, con ocasión de la reiteración número dieciocho de su fecha de nacimiento, y acerca de otros detalles. No disimuló su estupefacción tampoco después de leer los comunicados clandestinos, como más convenía a Luis Carlos Restrepo que permanecieran, antes que se entrometiera José Obdulio Gaviria.
—Tienen huevo, dejó escapar una risita traviesa.
No suficiente bombo dieron las gratas noticias provenientes del hogar de mi primo, el olvidado olvidadizo, tratándose de un silencio prolongado en dos años el que las antecedió.
De manera que tan pronto mostramos la espalda a la librería no dimos ni cinco pasos a un ritmo normal hacia la carrera quince, cuando ya habíamos disminuido la intensidad de la marcha con tal de no perder detalle de las novedades expuestas en la vitrina en forma de L de la tienda de discos (y películas, y complementarios) Tango, y doblamos por la esquina a la derecha, dirigiéndonos hacia el sur.
Caminé distraído, asintiendo apenas sin siquiera prestar atención a los comentarios con ánimo de crítica, que bien se cuidó de hacer en voz baja mamá, a una mujer que se negó a recoger los tres trozos de excremento que su perro dejó olvidados en plena carrera quince, alegando ésta nada menos sino el derecho conferido por la Constitución Política de Colombia a los contribuyentes, de pasar por alto que su perro cague donde le antoje, ante el reclamo de un patinador que hacía un limón apretado entre sus labios de una ramita endeble con que limpiaba la materia fecal embarrada principalmente a largo y ancho de las ruedas de sus patines (hasta entonces con resultados devastadores si su intención era culminar la tarea antes del mediodía de pasado mañana); pensaba entretanto, en que el ingrato, así como el oportunista o el vividor, nunca dará un paso adelante para acercarse a los suyos con sentimiento inmaculado de interés, a menos que éstos no hayan hecho previa manifestación de su voluntad de regalar, prestar, socorrer, ayudar, halagar a aquél.
¡Mal parida!, agitaba el brazo el patinador a la vez que se resignaba en ver a la mujer del perro alejarse sin mirar atrás, triunfante, orgullosa de haberse salido con la suya (que, siendo justo, es la de muchos), y trayéndome de vuelta a la realidad.
Hice bien en poner en duda que esa mujer esté en absoluto dominio de sus facultades y capacidades asociadas a ser humano, como para ser considerada calificada de pagar el IVA sin valerse de su marido o del burro ex marido. Debiera ser él quien se incline al piso a recoger la caca de aquella mujer mientras ella hace lo propio con la de su perro.


... a seguir.

martes, 14 de febrero de 2012

QUIERO SER EL PRIMER HOMBRE EN VISITAR LOS CONFINES DEL TECHO

A Tulia.



Estaba lo más tranquilo sentado en el libro con las piernas colgando por el borde frontal. Una vez las personas suspenden sus lecturas para apurar tazas rebosantes de colillas de cigarrillos, o fumar café, o ambas cosas a la vez en momentos de apremio moral, como cuando te tiemblan las rodillas a pesar de estar sosteniéndolas con las manos, si me entiendes, y dejan acostados sus libros sobre las mesas, o bien tumbados uno sobre otro formando pilas verticales de libros horizontales en los mostradores de privilegio en las librerías, yo me deslizo por debajo de las puertas (cuando están cerradas, de lo contrario sigo mi camino a voluntad) y estampillo mi espalda contra el listón de madera dispuesto alrededor del perímetro del piso sobre el borde inferior de la pared, hast…
Guardaescobas, me interrumpió de golpe, eso que no sabes qué es porque nunca lo has visto, pero te sigue sin tregua dondequiera que vayas. Con su mirada escrutó la mía a ver si encontraba una luz de duda en el negro profundo de mi pupila. Frustrado aunque agradado en descubrir que la duda no me inquietaba más, rompió el silencio,  … insisten en llamarlo guardaescobas, aunque el corrector de Word lo subraya en rojo y la página de la RAE la discrimina por ausente en el diccionario, también en letras rojas.
Y sí. Me llevé la lengua a los labios y la sorpresa de que era de fuego, pero en lugar de quemarme los labios, resplandecía dentro de mi boca como haría un cirio al interior de un farol. ¿Qué le vamos a hacer? Y me encogí de hombros. Pero están las páginas amarillas, ahí leí bien clarito que decía: GUARDAESCOBAS, añadí sin querer, sin pensar siquiera, más entusiasmado por terminar la discusión que en vencerlo con retórica, interesado más bien en anclar la mirada en el techo.
Me lo dije. Dijo.
¿Te dijiste? Repuse.
Sí.
¿Ah? ¿”Melodije”, dijiste antes?
Melodije, en efecto. A ti te alego con las mismas palabras con que tú me interrogas.
Sí, sí, cuanto te plazca, le respondí sin aliento, sin apartar la mirada del techo. ¿Sabes?
No puedes esperar más para enterarte.
Te decía antes que me deslizaba por todo el perímetro que describen los listones de madera, los dichosos guardaescobas que tanto te incomodan, hasta ponerme al pie de la mesa… ¿Sí? Tragué saliva.
No te detengas.
Está bien. Asentí, con los ojos cerrados. Los abrí. Subo por la pata de la mesa, como antaño hacían las hierbas trepadoras vecinas (para acaparar mayor cantidad de luz sacando ventaja de su posición, supongo) y ahora acostumbran las luces en series navideñas, por el tronco del árbol rodeándolo, de manera que alcanzo la parte más alta de la mesa y me siento sobre el libro. Nunca por el lado del lomo, desde el borde su vista cóncava me marea. A diferencia del borde frontal, por donde descuelgo mis piernas y la inmensidad del vacío desde abajo me alcanza y me contiene así como hace con todo y nada, y yo lo contengo a él, me aplasta y me derriba sobre la espalda, extiendo en toda su envergadura mis brazos (con las manos abiertas, los dedos cuanto más separados mejor): y soñar con la idea de descubrir y colonizar los confines del techo.
Y ya.
Y sí. Y ya.
Ya va.
Y no. Estaba muy tranquilo y cómodo, con las piernas colgando por el borde frontal del libro, contemplando el techo…
Espléndido.
… y me incorporé. Me senté, describiendo mi espalda y mis piernas extendidas sobre la cubierta del libro, un ángulo recto. Un segundo después, de un salto me puse en pie, acoplé la escuadra perfecta que forman mi pulgar e índice en el mentón. Con buena entonación y en voz alta, exagerando quizás un poco para asegurarme de que me oigan más allá del umbral de la puerta del dormitorio, me pregunto, ¿Qué habrá sido de mis libros plegables de niño? ¿O acaso desplegables serán? Gugol, el buscador en internet no el escrit…
¡Burro! El escritor se llama Nikolai Gogol. ¡Gugol! Hágame el ojo de lupa favor.
Igual da, sonrío. Gugol, el buscador, dice que los libros pop-up son plegables o desplegables, o debes plegarlos primero para poder desplegarlos después.
¿Poap-oap?
Sí, de esos que no más abrirlos en cualquier página florecen las fauces magníficas e inverosímiles de un feroz animal, un bosque, o la Torre Eiffel; halas una pestaña en la dirección que indica la flecha, por arte de magia un comensal cruza la pierna en un restaurante o un esquimal saluda agitando su brazo amistosamente desde el Polo Norte.
¡Ah! Libros animados, quieres decir. Replicó, aliviado no tanto por haber dado en el blanco, sino más bien por adivinar, en vista de las ilustraciones incipientes de las que me valí para describir los libros pop-up.
Sí. ¿Qué sería de ellos? No olvido el libro sobre el transbordador espacial. Halabas una pestaña hacia abajo, tal como su flecha ordenaba, y el astronauta saltaba desde el interior de la cápsula presurizada hacia la inmensidad del espacio. Son admirables esas personas. Los astronautas, es decir: nadie más que ellos ha estado tan cerca del techo.
Farsante.
¿El astronauta? No querrás sugerir…
Tu nostalgia es corta. Se te hincha el pecho recordando tus libros de niño, pero se asoman tus bolsillos del pantalón por fuera, exhibiéndose sobre tu ingle a ambos lados. Martín Fierro y El No…
Cállate. Lo interrumpí, creyendo él que se trataba de una treta mía para impedirle recriminarme. ¿Oyes?
No oigo nada.
Presta atención. Priii-Priii, chillaba algo en la profundidad de mi cabeza.
No te librarás de mí tan fácil. Nunca devolviste el libro de El Nombre de la Rosa, y lo dejaste extraviar. No sabes si se encuentre en casa de alguien más, o si reposa en el fondo del cuarto en el que son olvidados los chécheres viejos, a merced del polvo y la humedad.Me sacudió por el hombro.
No es mi culpa.
Lo es.
Priii-Priii-Priii.
¡Cabrón! Pasaste por alto, como siempre, llamar a felicitar a Tulia por su cumpleaños.
Priii-Priii-Priii.
¡Mierda! Me doy vuelta entre las sábanas y tomo el radio-reloj de la mesita de noche, conforme su cable me permite lo acerco a mis ojos y oprimo el botón snooze. Me informa que son las 6:46 A.M. del quince de febrero.
Qué cagada, olvidé llamar a Tulia a felicitarla por su cumpleaños, de nuevo.





lunes, 13 de febrero de 2012

ULISES

héroe.
(Del lat. heros, -ōis, y este del gr. ἥρως).
1. m. Varón ilustre y famoso por sus hazañas o virtudes.
2. m. Hombre que lleva a cabo una acción heroica.
3. m. Personaje principal de un poema o relato en que se representa una acción, y especialmente del épico.
4. m. Personaje de carácter elevado en la epopeya.
5. m. En la mitología antigua, el nacido de un dios o una diosa y de una persona humana, por lo cual le reputaban más que hombre y menos que dios; como Hércules, Aquiles, Eneas, etc.

El héroe holandés Harry Van der Aart registró con su cámara a los héroes de este lodazal deshacerse de las pruebas que los incriminaban en las desapariciones de inocentes del Palacio de Justicia.

Al rigor de la definición, se entiende el heroísmo como manifestación de acciones colosales y asombrosas. Hazañas de película.
Y con conocimiento verídico, en esas lides nos entrenó con suficiencia el gobierno del mejor presidente en toda la historia de El Ubérrimo. A reconocer los héroes a diferencia de los bandidos y terroristas: a no confundirlos con los enemigos de la nación. Todo un guión con pretensiones hollywoodenses, densas, redactado por leguleyos y tinterillos, que en los días de sol, acosados por el bochorno, se arriman al árbol que más sombra ofrece, se dan vuelta y se acuestan sobre su espalda. Si le grita a usted un hombrecillo “sea varón”, lo que le está queriendo decir es que sea héroe.
Esos bellacos de toga desprestigiando al glorioso ejército nacional, muy cómodos desde sus despachos, dice. Ni más faltaba. Sea varón, dele en la cara a los maricas. Obedientes, pues, arremeten pulsando la pantalla de sus “aifon”, apuran la copa triangular y rechazan una aceituna reposando en el fondo. Qué incomodidad.
No hay, efectivamente, mayor reconocimiento para un héroe que su transmutación a la calidad de mártir. De esa purga entiende Plazas Vega. El escarnio público o la muerte son el vehículo: un martirio sin redención es tan contradictorio como lo es la idea de “inteligencia militar”. De manera que una solitaria bala mortífera alojada en el cuerpo, un asilo obligado en Panamá, puede hacer la diferencia entre un villano y un héroe. Un secuestro, quizás.
Todo mártir fue antes un héroe empujado -por sus creencias o sus huestes- a atravesar la verja de la purga. En específicas reflexiones me detengo en cuanto respecta al fallo de condena contra Plazas Vega y la, acertada a mi padecer, petición de perdón público por parte de el ejército.
En 1.985, semanas antes de extinguirse la llama de este año maldito, una cuadrilla del ahora disuelto grupo guerrillero M-19 asaltó el antiguo Palacio de Justicia, Operación Antonio Nariño por los Derechos del Hombre, envalentonados por el narco, dicen, con el objeto de destruir todos los procesos judiciales que allí se adelantaban en su (la del narco) contra [aunque más se asemejaba a una maniobra -que tuvo lugar en la Embajada de la República Dominicana y que, paradójicamente, sorteó con pericia el señor Turbay Ayala- con la cual pudiesen presionar un juicio político al Presidente de entonces, Belisario Betancur]. Cuarenta guerrilleros, quienes conformaron el Comando Iván Marino Ospina en honor de esta oportunidad, retuvieron como rehenes, entre magistrados, consejeros de Estado, servidores públicos judiciales, empleados varios y visitantes, cerca de cuatrocientas personas que se encontraban al interior del recinto al momento de la avanzada. Noventa y cinco muertos, veintiocho horas después, el ejército amangualado con la policía celebran su triunfo y lo sellan con la frase memorable “Mantener la democracia, maestro”, secándose el sudor de la frente luego de una jornada maratónica en la que poco menos de mil efectivos de la fuerza pública rodearon el establecimiento invadido para ingresar (con tanques de guerra) y destruir y asesinar todo lo que se cruzara en su camino, sin discriminar entre malhechores y víctimas, desatendiendo en absoluto los ruegos del presidente de la Corte por el cese al fuego, previo aislamiento de Belisario Betancur en el domicilio donde moran los de dignidad presidencial.
Para concluir, mil hombres y cinco tanques blindados fueron necesarios para someter a cuarenta guerrilleros, asesinar a cuarenta y tres civiles inocentes y desaparecer a once más. Balance desastroso: incluso es considerada en la escuela de guerra en Londres esta operación como un botón de muestra de lo que nunca debiera de ocurrir.
Ejemplarizante ejercicio el ejército ejecutó: el ejecutivo en el eje. De ambos juicios el señor Betancur se escabulló.
Muy para mi pesar las campañas propagandísticas del ejército nunca muestran a los héroes trastornados que violan niños y los abandonan en fosas comunes como a perro fiel; fuerza policiva que protege al poderoso del menesteroso pero, en cambio, nunca al desvalido del avivato.
Héroes, si me preguntan, individuos como Alredo Molano, Hollman Morris, o los asesinados Guillermo Cano y Jaime Garzón, comprometidos con poner  no únicamente sus vidas en riesgo, sino de ofrecer en bandeja de plata las de sus familiares como premio de consolación al asesino, para dar a conocer a los pocos interesados de los que dispongan la verdad de Colombia, de primera mano, sin disparar un solo tiro. ¿Qué me dice usted de líderes populares de comunidades indígenas y de comunidades afro asesinados por la mano negra -Yolanda Izquierdo, el caso más reciente-? ¿Héroes? Deportistas que traen de vuelta a casa medallas para gloria de un país hipnotizado por el fútbol: Mariana Pajón, Catherine Ibargüen, Maria Luisa Calle, Jhoan Esteban Chaves, Mauricio Soler, por no nombrar a más de un centenar de deportistas hambrientos condenados al anonimato a pesar de sus triunfos.
En Colombia, el premio de periodismo más importante suele ser una sentencia de muerte.

miércoles, 8 de febrero de 2012

ENORME MINORÍA

Este espacio se ha caracterizado desde su creación por ser defensor incondicional de las minorías, de los desvalidos. De los menos afortunados, es decir: al mismo nivel están las víctimas de la violencia, usuarios de Transmilenio, homosexuales, enanos y uribistas, y enanos uribistas.
Todo aquél prejuicio que a su bien se tenga cualquier cristiano de raca mandaca prestar atención, en razón de no coincidir las maneras y actividades propias del libre desarrollo de la personalidad de otro, con el troquel que, acción mecánica o neumática de aplicar energía en forma de presión ejercida sobre él, son acuñadas las piezas empleadas en el intercambio de valores en el ámbito de lo moral y lo estético, es susceptible de ser condenado aquí.
El mismo plato con que sirvieron a las minorías, les será despachado a ellos. Enorme minoría. Sople al diente de león: los mismos inconformes que se quejaron de Uribe, que repudiaron sus prácticas indecentes, corrieron a voluntad no al ruedo sino, en cambio, al matadero, a votar por Peñalosa. Apoyaba aquél a éste en la lucha electoral que como trofeo entregaba el control sobre las ruinas de la cuidad de Bogotá al vencedor.
Petro resultó elegido alcalde, no obstante. Lo que es dicha para algunos ha de mortificar a los demás. Ni más ni menos, no contento con dar credibilidad a quienes osaron compararlo con Chávez –no pase por alto usted que desde hace no más que unas semanas tendrán que acostumbrarse al hedor a orín de Bacatá quienes frecuenten y visiten el Palacio Liévano-, ha levantado como bandera política, el otrora luchador por la libertad y diversidad de pensamiento, prohibir las corridas de toros.
Como primera medida, y única a celebrar, para hacer efectiva la nueva política de restricción a la libertad de expresión, se ha descontinuado la renovación al patrocinio a la temporada taurina en Bogotá a nombre de la ETB.
Humillados y ofendidos, en palabras de Dostoievski, sacaron la cara por los taurinos el maestro Molano y el implacable Antonio Caballero –mientras sus colegas chupan manzanilla y posan para los camarógrafos desde los tendidos- redactando un manifiesto en el reclaman por la reivindicación de la fiesta brava, defendiéndola como un arte incomprendido.
“El toreo es una gran metáfora sobre la vida y la muerte”. En ese orden de ideas, Colombia, únicamente a la par de Somalia y los campos de concentración nazis, podría ser apreciada como una obra de arte, apologética exaltación al menoscabo de los humillados y ofendidos. Una gorda de Botero moribunda, un puñal colgando de su lomo.
Si bien es embellecido el rito taurino por artificio de chicuelinas y verónicas, por recurrentes referencias al heroico enfrentamiento entre Teseo y el minotauro, previa superación del laberinto borgiano, es, no obstante, el cornudo el que entra a tientas al laberinto, al dominio del matador. Inocente en absoluto de que la parca es esa que viste traje luminoso esperándolo en el disco de arena. Es un laberinto de Teseo, sí, pero al revés.
No querrá usted, en consecuencia, irrespetado lector, aunque así será, después de ser metido en el saco descrito con antelación, encontrarse, además, en el de los fascistas antifascistas. Algo así como en el que incluimos a los Nazis Comunistas y a los Uribistas Petristas, o bien a los hinchas del Barcelona y del Real Madrid que luego de cada encuentro deportivo saltan a las redes sociales a arremeter contra sus adversarios a defender, ni siquiera saben ellos qué. Apropiaciones abusivas en las que la propiedad se encuentra contradicha por la posesión.
Defendamos pues, esa carne cubierta de pelos, provista de alma en músculos y cartílagos. Que esa carne muera con dignidad, con el objeto de ser trinchada por su tenedor.
Así como los godos se han tenido que aguantar posturas liberales en tanto al aborto y la igualdad de condiciones para los miembros de las comunidades LGBTI respecta, y que les tumbemos sus proyectos de Fe, así hemos de soportar cómo cada domingo esa minoría a la que le gusta el ritual de la tauromaquia disfrute fe él. Así hemos de soportar a los hinchas del Barcelona al hacer sonar sus cornetas en Bosa. A las minorías se les protege y respeta. A liberales libertarios y uribistas, a todos ellos por igual, godos y nosotros los soportamos, respectivamente.
Acúseseme de blandito, por favor. Yo, por mi parte, no perderé la sana costumbre de acusarlos a ustedes de cosas peores, de cosas realmente vergonzantes.


De lo que carecen muchos le sobra a la enorme minoría.