héroe.
(Del lat. heros, -ōis, y este del gr. ἥρως).
3. m. Personaje principal de un poema o relato en que se representa una acción, y especialmente del épico.
5. m. En la mitología antigua, el nacido de un dios o una diosa y de una persona humana, por lo cual le reputaban más que hombre y menos que dios; como Hércules, Aquiles, Eneas, etc.
El héroe holandés Harry Van der Aart registró con su cámara a los héroes de este lodazal deshacerse de las pruebas que los incriminaban en las desapariciones de inocentes del Palacio de Justicia.
Al rigor de la definición, se entiende el heroísmo como manifestación de acciones colosales y asombrosas. Hazañas de película.
Y con conocimiento verídico, en esas lides nos entrenó con suficiencia el gobierno del mejor presidente en toda la historia de El Ubérrimo. A reconocer los héroes a diferencia de los bandidos y terroristas: a no confundirlos con los enemigos de la nación. Todo un guión con pretensiones hollywoodenses, densas, redactado por leguleyos y tinterillos, que en los días de sol, acosados por el bochorno, se arriman al árbol que más sombra ofrece, se dan vuelta y se acuestan sobre su espalda. Si le grita a usted un hombrecillo “sea varón”, lo que le está queriendo decir es que sea héroe.
Esos bellacos de toga desprestigiando al glorioso ejército nacional, muy cómodos desde sus despachos, dice. Ni más faltaba. Sea varón, dele en la cara a los maricas. Obedientes, pues, arremeten pulsando la pantalla de sus “aifon”, apuran la copa triangular y rechazan una aceituna reposando en el fondo. Qué incomodidad.
No hay, efectivamente, mayor reconocimiento para un héroe que su transmutación a la calidad de mártir. De esa purga entiende Plazas Vega. El escarnio público o la muerte son el vehículo: un martirio sin redención es tan contradictorio como lo es la idea de “inteligencia militar”. De manera que una solitaria bala mortífera alojada en el cuerpo, un asilo obligado en Panamá, puede hacer la diferencia entre un villano y un héroe. Un secuestro, quizás.
Todo mártir fue antes un héroe empujado -por sus creencias o sus huestes- a atravesar la verja de la purga. En específicas reflexiones me detengo en cuanto respecta al fallo de condena contra Plazas Vega y la, acertada a mi padecer, petición de perdón público por parte de el ejército.
En 1.985, semanas antes de extinguirse la llama de este año maldito, una cuadrilla del ahora disuelto grupo guerrillero M-19 asaltó el antiguo Palacio de Justicia, Operación Antonio Nariño por los Derechos del Hombre, envalentonados por el narco, dicen, con el objeto de destruir todos los procesos judiciales que allí se adelantaban en su (la del narco) contra [aunque más se asemejaba a una maniobra -que tuvo lugar en la Embajada de la República Dominicana y que, paradójicamente, sorteó con pericia el señor Turbay Ayala- con la cual pudiesen presionar un juicio político al Presidente de entonces, Belisario Betancur]. Cuarenta guerrilleros, quienes conformaron el Comando Iván Marino Ospina en honor de esta oportunidad, retuvieron como rehenes, entre magistrados, consejeros de Estado, servidores públicos judiciales, empleados varios y visitantes, cerca de cuatrocientas personas que se encontraban al interior del recinto al momento de la avanzada. Noventa y cinco muertos, veintiocho horas después, el ejército amangualado con la policía celebran su triunfo y lo sellan con la frase memorable “Mantener la democracia, maestro”, secándose el sudor de la frente luego de una jornada maratónica en la que poco menos de mil efectivos de la fuerza pública rodearon el establecimiento invadido para ingresar (con tanques de guerra) y destruir y asesinar todo lo que se cruzara en su camino, sin discriminar entre malhechores y víctimas, desatendiendo en absoluto los ruegos del presidente de la Corte por el cese al fuego, previo aislamiento de Belisario Betancur en el domicilio donde moran los de dignidad presidencial.
Para concluir, mil hombres y cinco tanques blindados fueron necesarios para someter a cuarenta guerrilleros, asesinar a cuarenta y tres civiles inocentes y desaparecer a once más. Balance desastroso: incluso es considerada en la escuela de guerra en Londres esta operación como un botón de muestra de lo que nunca debiera de ocurrir.
Ejemplarizante ejercicio el ejército ejecutó: el ejecutivo en el eje. De ambos juicios el señor Betancur se escabulló.
Muy para mi pesar las campañas propagandísticas del ejército nunca muestran a los héroes trastornados que violan niños y los abandonan en fosas comunes como a perro fiel; fuerza policiva que protege al poderoso del menesteroso pero, en cambio, nunca al desvalido del avivato.
Héroes, si me preguntan, individuos como Alredo Molano, Hollman Morris, o los asesinados Guillermo Cano y Jaime Garzón, comprometidos con poner no únicamente sus vidas en riesgo, sino de ofrecer en bandeja de plata las de sus familiares como premio de consolación al asesino, para dar a conocer a los pocos interesados de los que dispongan la verdad de Colombia, de primera mano, sin disparar un solo tiro. ¿Qué me dice usted de líderes populares de comunidades indígenas y de comunidades afro asesinados por la mano negra -Yolanda Izquierdo, el caso más reciente-? ¿Héroes? Deportistas que traen de vuelta a casa medallas para gloria de un país hipnotizado por el fútbol: Mariana Pajón, Catherine Ibargüen, Maria Luisa Calle, Jhoan Esteban Chaves, Mauricio Soler, por no nombrar a más de un centenar de deportistas hambrientos condenados al anonimato a pesar de sus triunfos.
En Colombia, el premio de periodismo más importante suele ser una sentencia de muerte.
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