martes, 14 de febrero de 2012

QUIERO SER EL PRIMER HOMBRE EN VISITAR LOS CONFINES DEL TECHO

A Tulia.



Estaba lo más tranquilo sentado en el libro con las piernas colgando por el borde frontal. Una vez las personas suspenden sus lecturas para apurar tazas rebosantes de colillas de cigarrillos, o fumar café, o ambas cosas a la vez en momentos de apremio moral, como cuando te tiemblan las rodillas a pesar de estar sosteniéndolas con las manos, si me entiendes, y dejan acostados sus libros sobre las mesas, o bien tumbados uno sobre otro formando pilas verticales de libros horizontales en los mostradores de privilegio en las librerías, yo me deslizo por debajo de las puertas (cuando están cerradas, de lo contrario sigo mi camino a voluntad) y estampillo mi espalda contra el listón de madera dispuesto alrededor del perímetro del piso sobre el borde inferior de la pared, hast…
Guardaescobas, me interrumpió de golpe, eso que no sabes qué es porque nunca lo has visto, pero te sigue sin tregua dondequiera que vayas. Con su mirada escrutó la mía a ver si encontraba una luz de duda en el negro profundo de mi pupila. Frustrado aunque agradado en descubrir que la duda no me inquietaba más, rompió el silencio,  … insisten en llamarlo guardaescobas, aunque el corrector de Word lo subraya en rojo y la página de la RAE la discrimina por ausente en el diccionario, también en letras rojas.
Y sí. Me llevé la lengua a los labios y la sorpresa de que era de fuego, pero en lugar de quemarme los labios, resplandecía dentro de mi boca como haría un cirio al interior de un farol. ¿Qué le vamos a hacer? Y me encogí de hombros. Pero están las páginas amarillas, ahí leí bien clarito que decía: GUARDAESCOBAS, añadí sin querer, sin pensar siquiera, más entusiasmado por terminar la discusión que en vencerlo con retórica, interesado más bien en anclar la mirada en el techo.
Me lo dije. Dijo.
¿Te dijiste? Repuse.
Sí.
¿Ah? ¿”Melodije”, dijiste antes?
Melodije, en efecto. A ti te alego con las mismas palabras con que tú me interrogas.
Sí, sí, cuanto te plazca, le respondí sin aliento, sin apartar la mirada del techo. ¿Sabes?
No puedes esperar más para enterarte.
Te decía antes que me deslizaba por todo el perímetro que describen los listones de madera, los dichosos guardaescobas que tanto te incomodan, hasta ponerme al pie de la mesa… ¿Sí? Tragué saliva.
No te detengas.
Está bien. Asentí, con los ojos cerrados. Los abrí. Subo por la pata de la mesa, como antaño hacían las hierbas trepadoras vecinas (para acaparar mayor cantidad de luz sacando ventaja de su posición, supongo) y ahora acostumbran las luces en series navideñas, por el tronco del árbol rodeándolo, de manera que alcanzo la parte más alta de la mesa y me siento sobre el libro. Nunca por el lado del lomo, desde el borde su vista cóncava me marea. A diferencia del borde frontal, por donde descuelgo mis piernas y la inmensidad del vacío desde abajo me alcanza y me contiene así como hace con todo y nada, y yo lo contengo a él, me aplasta y me derriba sobre la espalda, extiendo en toda su envergadura mis brazos (con las manos abiertas, los dedos cuanto más separados mejor): y soñar con la idea de descubrir y colonizar los confines del techo.
Y ya.
Y sí. Y ya.
Ya va.
Y no. Estaba muy tranquilo y cómodo, con las piernas colgando por el borde frontal del libro, contemplando el techo…
Espléndido.
… y me incorporé. Me senté, describiendo mi espalda y mis piernas extendidas sobre la cubierta del libro, un ángulo recto. Un segundo después, de un salto me puse en pie, acoplé la escuadra perfecta que forman mi pulgar e índice en el mentón. Con buena entonación y en voz alta, exagerando quizás un poco para asegurarme de que me oigan más allá del umbral de la puerta del dormitorio, me pregunto, ¿Qué habrá sido de mis libros plegables de niño? ¿O acaso desplegables serán? Gugol, el buscador en internet no el escrit…
¡Burro! El escritor se llama Nikolai Gogol. ¡Gugol! Hágame el ojo de lupa favor.
Igual da, sonrío. Gugol, el buscador, dice que los libros pop-up son plegables o desplegables, o debes plegarlos primero para poder desplegarlos después.
¿Poap-oap?
Sí, de esos que no más abrirlos en cualquier página florecen las fauces magníficas e inverosímiles de un feroz animal, un bosque, o la Torre Eiffel; halas una pestaña en la dirección que indica la flecha, por arte de magia un comensal cruza la pierna en un restaurante o un esquimal saluda agitando su brazo amistosamente desde el Polo Norte.
¡Ah! Libros animados, quieres decir. Replicó, aliviado no tanto por haber dado en el blanco, sino más bien por adivinar, en vista de las ilustraciones incipientes de las que me valí para describir los libros pop-up.
Sí. ¿Qué sería de ellos? No olvido el libro sobre el transbordador espacial. Halabas una pestaña hacia abajo, tal como su flecha ordenaba, y el astronauta saltaba desde el interior de la cápsula presurizada hacia la inmensidad del espacio. Son admirables esas personas. Los astronautas, es decir: nadie más que ellos ha estado tan cerca del techo.
Farsante.
¿El astronauta? No querrás sugerir…
Tu nostalgia es corta. Se te hincha el pecho recordando tus libros de niño, pero se asoman tus bolsillos del pantalón por fuera, exhibiéndose sobre tu ingle a ambos lados. Martín Fierro y El No…
Cállate. Lo interrumpí, creyendo él que se trataba de una treta mía para impedirle recriminarme. ¿Oyes?
No oigo nada.
Presta atención. Priii-Priii, chillaba algo en la profundidad de mi cabeza.
No te librarás de mí tan fácil. Nunca devolviste el libro de El Nombre de la Rosa, y lo dejaste extraviar. No sabes si se encuentre en casa de alguien más, o si reposa en el fondo del cuarto en el que son olvidados los chécheres viejos, a merced del polvo y la humedad.Me sacudió por el hombro.
No es mi culpa.
Lo es.
Priii-Priii-Priii.
¡Cabrón! Pasaste por alto, como siempre, llamar a felicitar a Tulia por su cumpleaños.
Priii-Priii-Priii.
¡Mierda! Me doy vuelta entre las sábanas y tomo el radio-reloj de la mesita de noche, conforme su cable me permite lo acerco a mis ojos y oprimo el botón snooze. Me informa que son las 6:46 A.M. del quince de febrero.
Qué cagada, olvidé llamar a Tulia a felicitarla por su cumpleaños, de nuevo.





1 comentario:

Benditasea dijo...

Muchas gracias... me divertí bastante al recordarme.