Después de extensas observaciones, de desplegar recursos irrisorios, cercanos al cero absoluto, en seguimientos exhaustivos a individuos para nada representativos de la muestra, es posible, con toda la subjetividad del caso, diagnosticar la propagación como epidemia del, desde ahora descubierto y nombrado, Síndrome de Londres.
¿Cómo comprender, entonces, el fenómeno suscitado, la lluvia de críticas que cayeron sobre la administración distrital a causa de la contratación del radiestesista, Jorge Elías González Vásquez, con el, pretexto para los más, propósito en sentido estricto, de que evitara que las precipitaciones opacaran la ceremonia de clausura del Mundial de la FIFA sub 20? No obstante, del mismo modo, haber desplegado sus ritos y conjuros y rezos el día que tuvo ocasión la posesión del señor presidente de la república con el objeto de empantanar el discurso zalamero de Benedetti, y en efecto, posteriormente, abrir las nubes de par en par y así dar paso a los rayos de sol que iluminaron el acto de presentación de la familia Santos como inquilinos, al menos por cuatro años, de la Casa de Nariño.
Asegura sin vergüenza alguna Jorge Elías González Vásquez, sin temor evidente por estar envuelto en una polémica de envergadura similar a la torrencial precipitación de expedientes, documentos, y vídeos refundidos de reuniones en Starbucks, sobre la casa en Teusaquillo de la ilustrísima Maria Eugenia Rojas, cuando no da más que para emular el escándalo mediático de la uña encarnada de Laura Acuña o las nalgas damnificadas de la muchachita Cediel, o cualquier imprudencia de J. Mario, que las maravillas de su gestión se deben a un simple péndulo que él mismo a la edad de quince años armó. Aliado incondicional, bien valga añadir, del que incautos se han valido para solicitar, prescindiendo en absoluto de fe y espíritu, favores extraordinarios a un ser de luz extrasensorial llamado Yod Je Vau Je, sofisticado ente inmaterial, más conocido en la literatura hebrea como Jehová. Los números ganadores de la lotería o la esquiva atención femenina son, por nombrar únicamente los deseos más representativos del espíritu desapegado y altruista de aquellos seres brahmantes de la nueva era, seres de luz en rojo -frente al semáforo-, la recompensa del uso de los péndulos, instrumento de conocimiento milenario.
Coincidentemente conozco a alguien, un orgulloso uniandino, quien perdió la razón por completo a causa de creer en las bondades del péndulo, cuando se convenció a sí mismo de que al vaivén de éste, siguiendo con atención su oscilación irregular y disponiendo un vaso con agua en la habitación en la que realizase el conjuro e imaginándose a sí mismo suspendido en un campo de energía color violeta, montaría en un vehículo de comunicación para invocar la magnificencia de Yod Je Vau Je y, desde luego, había hecho oír sus ruegos al notar que las jovencitas en la universidad le prestaban más atención de la habitual. Miradas fortuitas que se cruzan, y miradas de reojo, nomás. Haría alarde, más tarde, de su condición de guapo irresistible. Sin tener la menor idea el pobre hombre de que las muchachitas se fijaban antes con asombro era de sus ojeras extendidas a manera de media luna bajo sus ojos y, presas del terror, se apresuraban a dar media vuelta y evitar su aspecto visiblemente trastornado, después de sonreír con hipocresía, bien obedientes a los consejos que dictaba su moral doble. Esquizofrenia exquisita. Deleite para quien abusa de oírse a sí mismo. Doble moral. Bledo molar.
Pese a haber el señor González cumplido con su labor, ya mucho se ha comentado acerca, es perseguido e incluso citado a declarar, por una parte, en la Procuraduría a explicar, con detalles, los vericuetos de su contratación por parte del IDRD, es decir todo el tejemaneje del asunto, y, por la otra, a la Fiscalía General de la Nación “para que (nos) explique la circunstancia de tiempo, modo y lugar en que se puede evitar que ocurra el fenómeno de la lluvia”, cuando, a responder por el proceso investigativo que se abrió por la malversación de casi dos mil millones de pesos en la ceremonia de clausura del torneo a pocas cabezas visibles se señaló. Sin retrasos ni anticipos envolatados, el chamán a las lluvias ahuyentó.
Aun así, Ana Martha de Pizarro, reconocida antropóloga y sucesora de Fanny Mickey en la dirección del Festival Iberoamericano de Teatro, a mi gusto, sin salirse por la tangente (de aproximaciones trigonométricas y geométricas entienden mejor los tecnócratas que a sus buenos oficios debemos agradecer, entre otras, la ley Echeverry, el AIS, la Ley 100), sin hacerse chichí en los pantalones –no gracias al chamán sino, en cambio, a su convicción de haber actuado en conformidad a su buen juicio profesional-, “parte central del evento era contratar a ese señor”, explicó. No se refería a Pekerman, señoras y señores, al chamán era a quien aludía.
¿Cómo hacerse el de la vista gorda cuando de la realidad cultural colombiana se trata? Gerardo Reichell-Dolmatoff, un pobre diablo intelectual, de esos a los que ustedes huyen sin darles la menor oportunidad, describe el chamanismo como “un sistema coherente de creencias y prácticas religiosas, que tratan de organizar y explicar las interrelaciones entre el cosmos, la naturaleza y el hombre. Estas explicaciones sobre el lugar que el hombre ocupa en la naturaleza, en parte se fundamentan en experiencias visionarias que, por tener una común base neurofisiológica, son muy convincentes.” Siendo este sentimiento coherente y consecuente con el espíritu de la Constitución Política de Colombia en sus artículos 7 y 8, y, en consecuencia, de la Ley de Talento Humano en Salud 1167, en su apartado número 20.
De la Constitución Política de Colombia, 1991:
Artículo 7. El Estado reconoce y protege la diversidad étnica y cultural de la Nación colombiana.
Artículo 8. Es obligación del Estado y de las personas proteger las riquezas culturales y naturales de la Nación.
De la Ley de Talento Humano 1167, 2007:
De la Ley de Talento Humano 1167, 2007:
Artículo 20. Del ejercicio de las Culturas Médicas Tradicionales. De conformidad con los artículos 7° y 8° de la Constitución Política se garantizará el respeto a las culturas médicas tradicionales propias de los diversos grupos étnicos, las cuales solo podrán ser practicadas por quienes sean reconocidos en cada una de sus culturas de acuerdo a sus propios mecanismos de regulación social.
Bien puede argüir quienquiera que desapruebe el llamado del chamán, sin el ánimo de desconocer sus costumbres ancestrales, ni más faltaba, sus conocimientos y dominio del cosmos, y la relación de nosotros con todos sus fenómenos, a contratar con dineros públicos. Eso no se lo voy a negar. Pero, eso sí, hacer estrecha, hasta el milímetro, la brecha entre la inconveniencia de contratar el Estado a un chamán y tildar de charlatanes a los exponentes de la cultura milenaria de nuestros aborígenes, es un despropósito propio de un cafre de la talla de Alejandro Gaviria. 34, me informa su sastre que es la talla con la que mejor luce el petimetre en cuestión.
La ciencia y el desarrollo insisten en ir, en tanto que el conocimiento tradicional ya viene de regreso. Sin embargo, los eminentes científicos de Wall Street, me imagino esos son los que idolatra el señor Gaviria, desencadenaron irresponsablemente, de manera atropellada, la burbuja hipotecaria que trajo la crisis financiera de la que todavía no se repone el nuevo mundo, mucho menos el viejo, y, no contentos con ello, estimulan sin escrúpulos el incremento en los precios de los commodities agravando la hambruna en África. No le discuto, señor Gaviria, el desarrollo y la ciencia nos han ofrecido una mejor calidad de vida, aunque, dicho sea de paso, en detrimento del bienestar de la mayoría.
Obstinados. Al igual que caballos guiados por su jinete: visión obtusa. Actúan como el jinete los economistas europeos y norteamericanos. Su doctrina, la fusta. Éste es, por tanto, el nuevo y delicado Síndrome de Londres, suerte de condición patológica en la que el paciente importa –un bledo molar, doble moral- el modelo del LSE, y lo arroja directamente sobre una sociedad en la que no ajusta bien. Señor Gaviria, con seguridad se enojaría usted si yo, después de haber sido informado por su sastre de que su talla es 34, insista en embutirlo en un saco talla 32.
No me sorprendería, en consecuencia, que fuesen quienes critican con sorna y desprecio al chamán Jorge Elías González Vásquez, los mismos peregrinos, que a falta de Mayflower se transportan en las locomotoras de la prosperidad, y no perdieron oportunidad de venerar y rogar por uno que otro milagrito al tubito de ensayo, inocente de su sacra atribución de custodia, que contenía la sangre de Juan Pablo II.
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