A Lucero.
No sé si signifique algo que una de las memorias más claras que aun atesoro de mi infancia es de un, no estoy seguro si soleado día, me cuesta recordar con exactitud, con el tiempo se acumulan más experiencias, desordenadas y enredadas, y así más revuelta la madeja de vivencias, unos hilos se enroscan sobre otros y se confunden, se cruzan, lo que en una ocasión fuese deleite para mi paladar podría ahora hacerse pasar por un episodio desagradabilísimo, y así; mi tía Lucero me besa en la mejilla. “¿Y sí estás feliz de volver al colegio después de disfrutar tus vacaciones?”. Luego de aprobar con relativa facilidad el primer año de transición entre el jardín de infantiles y el colegio, era promovido al primer grado de primaria. Pude simplemente levantar la mirada, hacer una mueca a manera de sonrisa, “Sí, cuento los días que hacen falta para volver,” mentí ingenuamente, “extraño a mis amigos, los juegos, las…”, “¿Qué materia es tu favorita?”, me interrumpió ella, entusiasmada. Me trago las ganas de hablar de las maestras y no dudo un instante en replicar: “Matemáticas y español”. Sonríe Lucero y me revuelve el cabello con la mano. Sabor a helado o torta de cumpleaños, es a lo que me sabe quizás el recuerdo de la primera vez en que llanamente mentí.
No sé si signifique algo que una de las memorias más claras que aun atesoro de mi infancia es de un, no estoy seguro si soleado día, me cuesta recordar con exactitud, con el tiempo se acumulan más experiencias, desordenadas y enredadas, y así más revuelta la madeja de vivencias, unos hilos se enroscan sobre otros y se confunden, se cruzan, lo que en una ocasión fuese deleite para mi paladar podría ahora hacerse pasar por un episodio desagradabilísimo, y así; mi tía Lucero me besa en la mejilla. “¿Y sí estás feliz de volver al colegio después de disfrutar tus vacaciones?”. Luego de aprobar con relativa facilidad el primer año de transición entre el jardín de infantiles y el colegio, era promovido al primer grado de primaria. Pude simplemente levantar la mirada, hacer una mueca a manera de sonrisa, “Sí, cuento los días que hacen falta para volver,” mentí ingenuamente, “extraño a mis amigos, los juegos, las…”, “¿Qué materia es tu favorita?”, me interrumpió ella, entusiasmada. Me trago las ganas de hablar de las maestras y no dudo un instante en replicar: “Matemáticas y español”. Sonríe Lucero y me revuelve el cabello con la mano. Sabor a helado o torta de cumpleaños, es a lo que me sabe quizás el recuerdo de la primera vez en que llanamente mentí.
Caprichosas, tercas, enroscándose sobre sí y estirándose, serpientes apareándose, copulando a prisa, angustia e inminente finitud, trenzas de la memoria, me traen un gusto a salmón, y mi tía tirándome del pelo. “Sacúdase, m’hijo… si le contara de mi papá.” “¿El abuelo?” Me inclino hacia ella.
Y no puedo menos que abrir los ojos, en toda su amplitud como platos, y prestar atención, -corresponder con lo que debía ser gratitud, en forma de reclamos y pataletas, altanería- a sus historias de hace mil años, experiencias y chistes flojos de sus hermanos y amigos, propios también, y, de nuevo, hilos de humo alzándose y cruzándose a su antojo, cigarrillos Pielroja y Marlboro Light, sendas tazas de café.
NOTA DEL AUTOR: Me importa un pito si las serpientes copulan o no, en mi ficción sí lo hacen.
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