Un error frecuente es creer que la ley es manifestación palpable de la voluntad de dios. Vox populi vox dei, locución latina que literalmente traduce: voz del pueblo, voz de dios, es decir, que de un acuerdo unánime entre las personas (representadas por la política en sus diferentes acepciones y vertientes de pensamiento) la ley no es más que la visión que para sí, de la justicia, tienen la ética y la verdad.
Sin embargo, el viejo proverbio se ha malinterpretado desde el momento en que fuese utilizado por vez primera. Se atribuye el origen de éste a un esfuerzo por demostrar exactamente lo contrario: Nec Audiendi qui solentdicere, vox populi, vox dei, quum tumultuositas vilgi semper insaniaeproxima sit. Alcuino de York, su autor, se quejaba del desenfreno del vulgo, siempre cercano a la locura, situación que aconseja no prestar atención a quienes aludían a la voz del pueblo un tono celestial. Pero a usted no le interesan los datos cocteleros que traigo ocultos tras la solapa. No me permita distraerle, aguarde un momento mientras cierro Wikipedia, en breve estoy de regreso con usted. Siga leyendo.
A pesar de los ritos practicados para llamar la atención de dios (sacrificios de vírgenes arrojadas a las fauces de un volcán, o de corderos en hogueras improvisadas en el defecto de unas u otros, del impedimento de la laicidad del estado), no se ha dignado a hacernos saber su opinión acerca de éstas y otras conductas nuestras. No hemos hablado con él. Más aún, no tenemos la menor idea si sus manifestaciones físicas en la mermelada que untamos sobre la tostada o sus apariciones esporádicas en forma de humedad en la pared hacen parte de un lenguaje que no hemos logrado descifrar aún. Porque la interpretación de la religión es eso, entre otras cosas.
No porque se dictamine por decreto, año tras año, reeditando las discusiones entre los representantes de los gremios, el monto del salario mínimo, quiere decir que sea éste digno de ser considerado honesto, propio de la cristiandad.
$ 566.700 es la cantidad acordada en vigencia para el 2012. Recuérdese que el salario mínimo no es una imposición referente a los ingresos de la mano de obra no calificada sino, únicamente, una sugerencia del límite inferior de la gama de pagos. De manera que, el empresario que así lo desee, puede aumentar la cantidad a pagar a sus trabajadores en detrimento de su beneficio personal. Aunque eso no sucederá. Nunca.
Tenga usted el caso de Severo Filo. Sólo uno de los más de un millón de colombianos que sobreviven con un salario mínimo (sin contar los más de once millones que devengan menos de esta cantidad de privilegio). Vive en Ciudad Bolívar, apretado en una casita con paredes de madera, protegida de la intemperie con tejas de zinc, la que comparte con su esposa, y dos hijas que se embarazarán tan pronto e inicie la efervescencia de sus hormonas. Entre la alimentación, la renta, los servicios (que en muchos casos ni siquiera están instalados a pesar de llegar la factura puntualmente cada mes), el colegio de las niñas, los trapos con los que cubren sus cuerpos, el Transmilenio, y la cerveza, antes de aproximarse siquiera la siguiente quincena, igual que las ondas lumínicas al alejarse de su fuente, las cuentas ya se inclinan hacia el rojo.
Además del salario neto, se añaden a las responsabilidades del empleador las prestaciones sociales (aportes a pensiones y cesantías), primas y vacaciones, parafiscales, y demás, que incrementan los ingresos de los trabajadores alrededor de un 50%, y disculpan al patrón en la misma cuantía.
Prefiero mil veces un empresario que, a pesar de pagar salarios de hambre, con sus utilidades hace caridad, así sea una vez al año, nomás para hacerse ver como buen cristiano ante sus semejantes, a un burgués que trabaja para enriquecer a otros y lo único que le queda en su vida son sus preciados likes en feisbuc, recuerdos del asado celebrado con motivo del cumpleaños de Bernabé Odo en la piscina de Renata Carne de Rata.