lunes, 19 de marzo de 2012

MANUALITO PARA INTERPRETAR MANCHAS SOBRE LA PARED

Un error frecuente es creer que la ley es manifestación palpable de la voluntad de dios. Vox populi vox dei, locución latina que literalmente traduce: voz del pueblo, voz de dios, es decir, que de un acuerdo unánime entre las personas (representadas por la política en sus diferentes acepciones y vertientes de pensamiento) la ley no es más que la visión que para sí, de la justicia, tienen la ética y la verdad.
Sin embargo, el viejo proverbio se ha malinterpretado desde el momento en que fuese utilizado por vez primera. Se atribuye el origen de éste a un esfuerzo por demostrar exactamente lo contrario: Nec Audiendi qui solentdicere, vox populi, vox dei, quum tumultuositas vilgi semper insaniaeproxima sit. Alcuino de York, su autor, se quejaba del desenfreno del vulgo, siempre cercano a la locura, situación que aconseja no prestar atención a quienes aludían a la voz del pueblo un tono celestial. Pero a usted no le interesan los datos cocteleros que traigo ocultos tras la solapa. No me permita distraerle, aguarde un momento mientras cierro Wikipedia, en breve estoy de regreso con usted. Siga leyendo.
A pesar de los ritos practicados para llamar la atención de dios (sacrificios de vírgenes arrojadas a las fauces de un volcán, o de corderos en hogueras improvisadas en el defecto de unas u otros, del impedimento de la laicidad del estado), no se ha dignado a hacernos saber su opinión acerca de éstas y otras conductas nuestras. No hemos hablado con él. Más aún, no tenemos la menor idea si sus manifestaciones físicas en la mermelada que untamos sobre la tostada o sus apariciones esporádicas en forma de humedad en la pared hacen parte de un lenguaje que no hemos logrado descifrar aún. Porque la interpretación de la religión es eso, entre otras cosas.
No porque se dictamine por decreto, año tras año, reeditando las discusiones entre los representantes de los gremios, el monto del salario mínimo, quiere decir que sea éste digno de ser considerado honesto, propio de la cristiandad.
$ 566.700 es la cantidad acordada en vigencia para el 2012. Recuérdese que el salario mínimo no es una imposición referente a los ingresos de la mano de obra no calificada sino, únicamente, una sugerencia del límite inferior de la gama de pagos. De manera que, el empresario que así lo desee, puede aumentar la cantidad a pagar a sus trabajadores en detrimento de su beneficio personal. Aunque eso no sucederá. Nunca.
Tenga usted el caso de Severo Filo. Sólo uno de los más de un millón de colombianos que sobreviven con un salario mínimo (sin contar los más de once millones que devengan menos de esta cantidad de privilegio). Vive en Ciudad Bolívar, apretado en una casita con paredes de madera, protegida de la intemperie con tejas de zinc, la que comparte con su esposa, y dos hijas que se embarazarán tan pronto e inicie la efervescencia de sus hormonas. Entre la alimentación, la renta, los servicios (que en muchos casos ni siquiera están instalados a pesar de llegar la factura puntualmente cada mes), el colegio de las niñas, los trapos con los que cubren sus cuerpos, el Transmilenio, y la cerveza, antes de aproximarse siquiera la siguiente quincena, igual que las ondas lumínicas al alejarse de su fuente, las cuentas ya se inclinan hacia el rojo.
Además del salario neto, se añaden a las responsabilidades del empleador las prestaciones sociales (aportes a pensiones y cesantías), primas y vacaciones, parafiscales, y demás, que incrementan los ingresos de los trabajadores alrededor de un 50%, y disculpan al patrón en la misma cuantía.
Prefiero mil veces un empresario que, a pesar de pagar salarios de hambre, con sus utilidades hace caridad, así sea una vez al año, nomás para hacerse ver como buen cristiano ante sus semejantes, a un burgués que trabaja para enriquecer a otros y lo único que le queda en su vida son sus preciados likes en feisbuc, recuerdos del asado celebrado con motivo del cumpleaños de Bernabé Odo en la piscina de Renata Carne de Rata.
Y no lo digo porque sepa lo que es tener un salario mínimo. Créame, ya lo quisiera. Ni siquiera tengo empleo.



miércoles, 14 de marzo de 2012

NO PUEDE TODO SER POLÍTICA (y cuatro)

Anteriormente en: "UN AGUJERO EN EL BOLSILLO DEL PANTALÓN"
NO PUEDE TODO SER POLÍTICA (tres)
NO PUEDE TODO SER POLÍTICA (dos)
NO PUEDE TODO SER POLÍTICA (uno)



No era la mueca fácil del hombre resuelto, ni la sonrisa tajante de los fuertes ni de los perversos. No tenía relación alguna con la sonrisa equilibrada, bien calculada, del cortesano y el político. Ernest Hemingway



El valor a pagar fue de ocho mil pesos. Examiné la factura de venta, los productos consumidos descritos y sus valores; añadidos al cálculo las tasas impositivas y el monto de la propina. Deslicé un billete de diez mil pesos dentro de la funda de piel (con aspecto de billetera y que, técnicamente, es una de las muchas que alimentan la caja registradora de cualquier restaurante o cafetería) y nos pusimos en pie.
No cruzamos el umbral para poner un pie de vuelta al parque, pues ya habíamos estado todo el tiempo afuera, en el espacio público invadido abusivamente por sillas, mesas y la concurrencia: escenario semejante a una terraza privada. El sol caía.
Caminamos por el Parque del Virrey ya sin aliento para reanudar la discusión.
Rastros de cagarrutas de perro que llevan a arribistas uniformados, patinadores, abogados y políticos, libros, propinas y esputos flotando en el café, son culminados de manera brillante, colofón infalible, por un ejército de hormigas laboriosas que trepan a la cima de un montón de arena que fuerza las maniobras de los conductores para evitar chocar contra él, en la misma calle en que la silueta de Luis Andrés Colmenares fue vista, flotando en el aire, Superman cornudo, por última vez, según testimonios imaginarios que reposan en la Fiscalía.
Por mucho que me esforcé en abstraer mis pensamientos de políticos, ebrios de vanidad, dando tumbos de partido en partido, apoyándose en su conocimiento de la ley para ponerla patas arriba, eché de menos una mesa de cafetería qué golpear con mi puño. Bomba molotov sin trapo.
Hacer el quite a la crítica es tan sencillo como apretar la mano al oficialismo y menearle la colita a la oposición. Las posiciones radicales están ubicadas a ambos extremos del espectro: la izquierda y la derecha. Más peligrosa aún es esa corriente, oportunista y mezquina, por la que fluyen aguas tibias, amiga de todos a la vez, compinche del contratista público, gran colaborador para las ONGs, benefactor del desvalido y defensor a todas voces de la seguridad, la más popular, la que le sonríe fácil al centro, y se vale de la prensa como transmisor. Posiciones variopintas, demasiadas para convivir en armonía, sin contradecirse unas a otras, en el universo intelectual de cualquier ser vivo, mucho más en el estrecho ámbito de visión de la política.
Ahí, en medio, se ubica la mayoría; en palabras de José Vicente Guzmán: “Los que hacen contratos con la democracia son los mismos que hacen contratos con la dictadura”.
Sacudo mi cabeza, como el perro que sigue mojado, y pienso en que lo único que quiero es poder tomarme un café, tranquilo en compañía de mamá, un sábado por la tarde en el Parque del Virrey. Como si fuera gran cosa.


Por FIN.

lunes, 12 de marzo de 2012

LA INCERTIDUMBRE DE NO TENER POR QUÉ PREOCUPARSE

Tampoco estuvo satisfecha mamá por la felicidad infame que le di cuando me tuviese de vuelta, yo de rodillas, mi cabeza apoyada en su regazo, al término de cincuenta minutos durante los que condescendiera, contra su voluntad, a verme reptar sobre el tejado de la casa de los Wells, superando las ramas del árbol vecino que la abrazaba, manteniendo el equilibrio, y evitando la tentación de mirar hacia donde podría caer, si apoyaba mi pie en una pieza de teja cerámica suelta, o si mis manos me dejaban resbalar.
Evidencia de la angustia de mamá fueron los cabellos secuestrados por sus uñas; tal fue la desesperación con que se aferró a su cabeza con ambas manos. Ademán incierto que le daba la certeza de no perderla.
Lo que nadie supo, salvo Manuel Antonio Wells y yo, es que el balón había rodado por la calle hasta detenerse a sus pies, insólita suerte que no le dejaba más remedio que lanzarlo de un puntapié, a perderse por siempre. El balón rebotó contra el tronco del árbol y fue a dar tras la chimenea que, a manera de una enorme boca que fumaba en las noches,  sobresalía del tejado de su casa.
Como cuando en mis tiempos de “estudiante” el concubinato con la botella me impedía en jornadas interminables volver a casa antes del amanecer del segundo día de parranda. No hace falta que imagine a mamá, tendida en la cama, sus párpados livianos, intercediendo ante dios por mi suerte, a la espera de una llamada que le informase acerca de mi paradero y le diera la tranquilidad de saber a cuento de qué preocuparse por mí.

jueves, 8 de marzo de 2012

TRIUNFOS (Y PENA) AJENOS

Suenan como patas hundiéndose en la arena. Giras sobre tus pies, das un paso, y crujen bajo ellos como hojas secas.
No he venido hasta acá simplemente a apoyar mi pie sobre las cucarachas que aparecieron no sé de dónde ni cómo, valiéndose del tumulto para pasar inadvertidas, y luego, al ser las migajas causantes del alboroto removidas del suelo, se escabullen entre las hendiduras de las paredes y reptan a través de las alcantarillas (a reunirse con sus amigas entrañables, las ratas).
Hasta aquí me trae, en cambio, la voluntad de dejarme caer, y matar cuantas no consigan huir.
La pena, pese a ser honda, no es causa de su muerte. El horror de la pena lo sufrimos otros. Por eso la llaman ajena.
El rubor que ascendiera e iluminase mi rostro es poco comparado con la rutina de retorcimientos, tendido en el suelo, después de encontrarme con la majadería propia de quienes hablaron de Gabriel García Márquez con la confianza que da una amistad íntima. García Márquez, convaleciente, no tuvo aliento de sentir pena ajena dos días atrás cuando se celebrase el aniversario número ochenta y cinco de su nacimiento, repleto de citas (con sus respectivos errores ortográficos) de libros no leídos, o bien confesiones orgullosas del carácter de obligatoriedad que tenía la lectura de Cien Años de Soledad en el octavo grado.
No he leído la mayoría de sus libros, pero me gusta creer que entendí los pocos que pasaron por mis manos; aunque sí me conmovió la inquebrantable voluntad de Florentino Ariza que puso a prueba la indiferencia eterna de Fermina Daza, hasta embarcarse en el Nueva Fidelidad y navegar, carentes de una vergüenza que nunca debieron sentir, contando con la complicidad del Magdalena, y amarse por siempre; siempre me crispó el ánimo la idea proyectada por mi imaginación de las tripas azules, sucias de tierra y polvo, colgando del vientre abierto de Santiago Nasar.
Es una hazaña. Ese Premio Nobel bien pudo, a ojos cerrados, haber sido conferido a Jorge Luis Borges, si no al gigante Julio Cortázar.
Quiero ser hoy mosca en leche. Hacerla rancia, agria, mala leche, al gusto de todo aquél que como costumbre tenga beber de los triunfos ajenos (así como de la pena). Defecar en ella, por si acaso le quedan deseos de manosearlos, a él y a su obra, a voluntad; de utilizar su nombre para levantar escuelas de paredes desnudas al yeso vivo.
Por fortuna nos queda su legado, su herencia inmortal. Héctor Abad Faciolince, Fernando Vallejo, Juan Esteban Constaín, Tomás González, por nombrar únicamente a los que siento más cercanos. La vieja disciplina renovada hoy.
Gabriel García Márquez, me da pena (de la mía) decirlo, es otro falso positivo que hoy ya fue desplazado por el día de la mujer, y el anterior, mañana por el del acordeón.

martes, 6 de marzo de 2012

NO PUEDE TODO SER POLÍTICA (tres)

Anteriormente en "UN AGUJERO EN EL BOLSILLO DEL PANTALÓN":


Mamá tomó mi mano entre las suyas, la soltó tan pronto y le asaltó un recuerdo de un futuro imposible en que la tiene de regreso. Inclinó su torso hacia mí y me estrechó contra él, con tal fuerza, intensidad a perpetuidad, que me hacía sentir insuficiente para ella.
Paseó su mirada de un lado al otro, a todo lo largo y ancho, precipitándose en captura de las miradas escurridizas, presas a la imagen de mi puño cerrado y apacible, tras haberse descargado sobre la mesa con un golpe seco, haciéndola saltar.
—Qué oso.— Murmuré para mí, suponiendo las miradas atónitas que mamá se empeñaba en cazar, y relajé mi puño.
Lo que nadie sabía, salvo nosotros dos, es que no trajo el mesero pesado dulces de café para acompañar mi orden, como debe ser.
Mamá tomó mi mano entre las suyas, y la soltó tan pronto y recobró mi atención. Clavó su mirada en la mía y preguntó en voz baja. —¿Qué, m`hijito? ¿Cómo así?
Sacudí mi cabeza como un perro mojado. No creí nunca siquiera atreverme a imaginar tal papelón. Más habría valido una pataleta de cliente insatisfecho. Y ni qué decir del estoicismo de mamá. Rasgué con los dientes la envoltura de los dulces de café, y bebí de la taza aún tibia. —Así como oye, Glorita. Preste atención a lo siguiente. La apropiación de la geografía aproximándose desde la izquierda, si no de la democracia a manos llenas, llegando desde el lado derecho.
En manos d…
—(A menos manos menos mal manos llenas).— Interrumpí sin que hubiese valido la gracia.
—Decía que en manos de la ambición de esos sujetos está Colombia.
—Ese es acaso el diagnóstico procedente de los hechos que vemos asomarse a la superficie. — Concluí agotado.
—Aquí y en dondequiera. — Insistió mamá.
—Aquí mucho más que dondequiera. — Me resigné.
—Veo. — Bebió mamá, hasta tocar con la punta de su nariz el fondo del pocillo. —Si no me equivoco, el debate político entre democracias burguesas y populares carece de interés, “aun cuando no carezca de vehemencia, ni de armas”…
—“… tanto capitalismo y comunismo, como sus formas híbridas, vergonzantes, o larvadas, tienden, por caminos distintos, hacia una meta semejante”.— Dijimos al unísono, sincronización de las mentes al servicio de las lenguas. Edípico beso intelectual.
—Así, como buen economista hace lo propio con Mankiw, Krugman, u otro cualquiera, parafraseas a Nicolás Gómez Dávila a la perfección.— Elogió con dificultad mamá, dando golpecitos sin ritmo con las yemas de sus dedos al obsequio de cumpleaños que ella a su buen criterio consideró el mejor para su sobrino.
—Únicamente completé su idea.— Agaché la mirada, como mecanismo de defensa a un halago del que, sabía bien, no ser merecedor.
—Y, a todas éstas… ¿Qué tiene que ver todo lo anterior con los abogados?
—Oh. Los abogados.
—Los abogados, sí.
—Verá usted. La ley, entendida como un apéndice político, es redactada y administrada por abogados. No estoy seguro. ¿Habrá sido quizás el profesor terrible, Camilo Jiménez, quien se riera de que en el país hay demasiada jurisprudencia y nada de justicia?— Rasqué con el dedo índice mi mejilla.
—No exageres.
—¿Le parece que exagero?
—Un poco sí, por no decir que bastante. No todos los abogados son políticos, ni todos los políticos abogados.
—Tiene usted razón. También están los cristianos.— Reí inmisericorde.
—Esos son argumentos para nada plausibles.
Llamé la atención del mesero pesado levantando mi brazo. Sostuve en la mano un bolígrafo imaginario con el que escribía en la palma de mi mano derecha, para informar sobre mis deseos al mesero pesado.
—¿Pediste palillo? Me temo que de eso no se usa acá.­— Se burló mamá, a quien siempre le ofendieron profundamente las señas en los restaurantes, o, más bien, la sustitución del lenguaje hablado y la cortesía en lugar de la mímica, tanto como los argumentos amañados empleados en sostener teorías vacías de fundamento.


... a seguir.