Con señales inequívocas de desespero es oprimido el interruptor del bombillo en ambas direcciones sin alteración aparente; mostrándose vacíos, sin ninguna luz que los llene, los recintos, la calle, carecen del sentido de presencia (de uno mismo y las demás cosas) y de movimiento (del propio y del de las cosas), de lo que a los ojos la luz refleja, lo revelado, como la inapetencia de tragar el humo cuando se fuma en la penumbra.
Ni de fundas se ilusione con ver las imágenes de cómo un grupo de efectivos (se les denomina de este modo cuando de asesinar, traficar y corromper se trata, de resto, naturalmente, califican para héroes ordinarios, medallitas y condecoraciones, dispuestos su restos en un ataúd) de la fuerza pública descuelgan por la fachada de una humilde vivienda en Medellín, desde el tejado, una camilla sobre la que reposa, atado, el cadáver del mentor del mejor presidente colombiano de todos los tiempos. Imagínese mejor el fulgor de las explosiones en Casa verde, unos lentes quebrados sobre el césped a consecuencia, nomás, quizás, a través de los que se pudo filtrar presumiblemente la imagen (porque el apagón es para todos, ciudadanos de plátano al almuerzo y guerrilleros con Rolex atado a la muñeca) de la firma de la Constituyente de 1991. Hasta las ocho de la noche pasadas la tele encenderá.
Bienvenidos al futuro. Tengo el honor de presentaros, damas y caballeros, a Simón.
Tiene Guavio.
Simón Gaviria, además de reconocido cetáceo en tierra firme, es Presidente de la Cámara de Representantes y jefe único del Partido Liberal.
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