lunes, 14 de mayo de 2012

COLOMBIA, UN PAÍS SERVIDO EN BANDEJA DE LATA

Odiar a Colombia es una necedad. Odiar a Colombia es propio de necios persistentes: necios que persisten en la necedad.
Colombia no actúa; como tampoco hacemos los colombianos en nombre de ella (a menos que se trate de deportistas y embajadores que, entre otras cosas, lo hacen en virtud de los viáticos, si de antemano resignan la posibilidad de las premiaciones -la fama- consecuencia de su desempeño). Las erupciones de los volcanes, los movimientos telúricos, son involuntarios como el vómito o el hipo; coincidencia (e imprudencia) es la desgracia de vivir en la falda del Nevado del Ruíz precisamente cuando a éste le antoje expulsar el contenido de su vientre incandescente. Si, no obstante, usted anda en busca de lo palpable, le sugiero, en lugar de andar leyendo maricadas, estrecharle las tetas a su novia entre las manos, o mejor, odie, como si tuviera contrato para odiar, desprecie a los colombianos.
Usted no odia a Colombia. Quizá, vivir en Colombia. A lo mejor, si no, lo que usted odie sea estar atado de manos, con tantos muertos y tantos políticos al acecho, sin mencionar a la Policía, y no poder hacer nada por encarrilar el futuro del país en ausencia de locomotoras chimbas. Muy jodido así; y asá. La potencia de actuar de Colombia se encuentra dentro de la posibilidad de acto de los colombianos; así, se piensa que Colombia es asesina, traficante, pendeja, reggaetonera, mentirosa y embustera, en fin, todos los males existentes, de manera individual, y combinados si se quiere. Nadie obsequia lo que su bolsillo no puede pagar.
Colombia es una coincidencia en la esquina noroccidental de Suramérica. La vía de escape de Gonzalo Jiménez de Quesada a la persecución de la corona española. Colombia no es más que un fangal de barro y sangre, es decir que el acto de los colombianos es la hemorragia, mezcla de agua con tierra, o de echarle tierra encima a nuestras cagadas. Tierra remendada a fuerza de parches de palma africana contenida en una olla de bario, cinc, cobre, esmeraldas, hierro, níquel, oro, plomo, plata y platino. De tal manera sí cobra sentido la tan mentada frase en los círculos políticos colombianos, “raspar la olla”. Raspar la olla para ser luego servida en bandeja de lata.
Usted y yo no queremos a Colombia, no seamos majaderos, si acaso, un mejor futuro para nosotros y sus hijos.

1 comentario:

Hola, Adiós dijo...

Sin temor a equivocarme, es de lo mejor que he leído. Y cierto, aparte de quejarnos y llorar, nadie quiere hacer nada por el país. Tal vez debajo de toda esta porquería quede algo del bello pedazo de tierra por el cuál, sin duda, muchos se harían matar.