A Toni, que gustaba del jamón de pavo.
A Toni no le agradaban los viajes en automóvil. Le revolvía el estómago la sensación a encierro obligado, respirar los gases de combustión filtrados a través de la ventilación del automóvil que llenaban la atmósfera complaciente y altanera ambientada por sus compañeros de viaje, las carreteras zigzagueantes, y añadido, el sobresalto natural propio de sortear los obstáculos propios de la topografía cundiboyacense. No comprender si ese martirio del que era víctima, ausente de arrumacos, a excepción de una caricia en el lomo de cuando en cuando, o una mano amiga que le extendía una bolsa de mareo siempre demasiado estrecha para su hocico en el extremo de la abertura, contenía recompensa o castigo meritorio. Total, aguantaba, aferrándose con sus garras al sillón en la parte trasera del vehículo como si fuera éste su deseo de una caminata prolongada al término de semejante capricho.
Toni, en cambio, apreciaba, agradecía, sin escrúpulos ni prejuicios de su procedencia, el agua. El pepino y el pan que mamá le ofreció en tajadas toda vez que visitó mi casa.
Me pongo en sus garras. Lo intento, al menos. Trato de sentir el césped bien podado y peinado a la moda del Parque del Virrey, pero no consigo siquiera acercarme a su sentimiento de angustia al hallarse atrapado bajo las patas de un majestuoso pastor belga, consecuencia de sus juegos a ocho garras: la rutina de saltar uno sobre otro, o de alzarse en instintiva lucha sostenidos en dos patas.
Es Toni, con i latina, no Tony, porque era colombiano, así como, haciendo manifiesto ademán de desdén, alejando a Toni, enseñándole el envés de la mano repetidamente, un gordo oficinista repugnante, quien saliendo del restaurante El Corral ubicado en la calle noventa, se reía con la bocaza abierta de par en par, en compañía de sus contertulios.
—Salió bien colombiano el animalito, ¿no? —clavó su mirada en la mía, ignorando que Toni era mitad británico y que la gordura tiene solución, a diferencia de la idiotez.
Camilo, por su parte, amo y mejor amigo de Toni, ni por enterado se dio del incidente, abstraído por una discusión entre un conductor imprudente y un par de policías de tránsito hambrientos en apariencia, así como puede hacer el revoloteo de una mariposa sobre su cabeza o la confusión del horario de una cita al oftalmólogo. No era sino que abriera Camilo sus ojos en la mañana, y sin siquiera tener ocasión de limpiarse las lagañas, Toni esperaba al pie de su cama, batiendo la cola, apurándole para no dar largas a sus actividades en el hogar e iniciar, por el contrario, el paseo matutino que, reiteradamente, se extendía hasta por tres horas en las que hacía amigos, chicos, robustos, chillones, perros pandilleros e indigentes también; perros al fin y al rabo. De entre esas amistades Toni propició también romances, cómo no, a pesar de su corta edad: Sometía, aprovechándose de su fingida libertad en el parque, observados a distancia por sus amos, a los cachorros, preferible e invariablemente, pasando bruscamente de juegos inocentes, de colmillos y lenguas y aullidos, a movimientos rítmicos de su pelvis con el pene a la vista, buscando lo que él por instinto quería aunque fuese desconocido. Tanto así que equivocaba el sentido de la mecánica sexual, siempre lo invertía, emulando un antojo de felación.
—No es con él ni por ese lado, —coqueta ocurrencia con la que Camilo se acercó a una, entre asombrada y atemorizada, bella transeúnte que intentaba proteger a su perro del frenesí de Toni.
***
Toni, después de sufrir un desaliento agónico insospechado en él, consecuencia de una deficiencia renal congénita, nos abandonó de su presencia cuando acababa de cumplir ocho meses de vida.
Nos deja el recuerdo de su trote entusiasta.
Él no está en el cielo de los perritos, o al menos eso creo, pues es merecedor, más que usted, quizá, de un espacio con buenas perras, pastor collie, que lo hagan feliz con su pelo rubio ondeando al viento (porque en el cielo hay viento, ¿no?) en el cielo de los cielos. Amén.