Humanizar la guerra es una de tantas frases que se cuentan en el grupo de las vacías; aunque más bien parecen es un globo que, cuanto más se nutre de helio, más alto se eleva y se aleja de la vista de sus espectadores. Seguridad democrática, por ejemplo, es una frase vacía: Ni seguridad ni democracia hubo ahí. ¿Humanizar la guerra? Acaso, ¿desde cuándo, como efecto de apretar las clavijas, de aflojar los cinturones, es posible dar a la guerra una condición humana?
¿Secuestrados? ¿Prisioneros políticos? O, ¿prisioneros de guerra? Rehenes, mejor. Secuestrados considérense a los individuos que, a causa de sus cualidades financieras, o simplemente por azar, cayeron sometidos a la voluntad de la insurgencia; empresarios, comerciantes, narcotraficantes, y sus familiares, entre otros, que, ajenos a la guerra, recobrarían su libertad de cumplirse las exigencias de sus captores. Si en este punto usted no me entiende, piense entonces que, en un principio, los prisioneros políticos son retenidos en calidad de sujetos de juicio político del que, en teoría, no saldrán bien librados. La sentencia, es decir, de un juicio político subversivo, previa exposición de los delitos y traiciones que se le imputan, es la ejecución del acusado. Ahora bien, los prisioneros de guerra, en tanto su captura y retención tenga como propósito forzar un intercambio de prisioneros con su contraparte (el Estado), sí es correcto considerárseles secuestrados.
Las maneras de las fuerzas militares legales no difieren mucho de las propias de quienes se amarran el trapo rojo al hombro.
Hoy se escribió la última página del capítulo que sirve como prólogo al que consignará las liberaciones de los cientos de secuestrados anónimos que, noche tras noche, se acurrucan en su cambuche temiendo el día en que llegue la torpe liberación o los abrace la leishmaniasis. Hoy, del show, se alimentaron los Colombianos Por la Paz, las FARC, el ejército nacional que no perdió oportunidad de hacer partícipe del banquete al de Brasil, Rigoberta Menchú, los medios de comunicación (medio huevones, medio astutos); hasta Santos, por qué no. Hoy, de la alegría de otros, nos alimentamos usted y yo.
Petro, por encontrarse de visita en Barcelona, prescindió de manifestar sus cuitas y reproches. Primer aspecto que le descubro, aclaro, en que se diferencia, en su forma, de Uribobo.
Es irónico, miembros de las alianzas políticas antediluvianas y godos, militares y policías, todos detractores y atacantes de Piedad Córdoba, han sacado provecho de sus gestiones.
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