Era de esperarse. Días atrás los genios del periodismo local (¿o cloacal?) como si de eso dependiese el rating, la vida es decir, reiteraban la imagen en cámara lenta que mostraba el aterrizaje del avión de Obama, desde todos los ángulos posibles.
¡El avión! ¡El avión! Era no precisamente una advertencia a la aparición de Jerónimo en la ciudad amoratada sino un inocente recuerdo al gritón Tattoo.
Deseé, cómo negarlo, apenas asomara por la compuerta del avión, verlo rodar al negro escalones abajo. Pero nada; con soltura y desenvolvimiento, sin sobresaltos descendió la escalinata. Al negro preferido por los blancos, y a sus protectores protegidos, eso sí, se les cumplieron, sin contratiempos evidentes, sus deseos: comieron puta y se llevaron contratos de minería como más les gusta: a cambio de nada.
Y, despreciado lector, si algún mal sabor quedó de la Cumbre De Las Américas, quizá, porque tarde caímos en cuenta de la inconveniencia del Himno Nacional (relegación del segundo lugar de los himnos más bellos, consecuencia de esa revelación), qué mejor para corroborar tal información si no la sensación alcalina alojada en la garganta de las putas cartageneras.
Semejante cobertura mereció la visita de Paul McCartney, un personaje que en solitario sigue siendo tan popular como lo era en compañía de sus camaradas.
Verá usted, si me pregunta, hubo de todo. Desde los pendejos que abiertamente y sin pudor desprestigiaron la calidad del personaje, hasta los no tan bobos que se pusieron en marcha para abandonar El Campín tarareando la única canción reconocida, bien o mal, entre las casi cuarenta que componían un repertorio extendido por más de dos horas: Yesterday, Let It Be o Hey Jude. Para quienes no ponían en duda la muerte de Radioacktiva, fíjense, ahí sigue dando lata. También hubo quienes identificaron del concierto como el momento cumbre-de-las-américas cuando, durante la interpretación de Live And Let Die, la pirotecnia iluminó, no su buen gusto sino, al revés, les hizo recordar la celebración en honor a la virgen del Carmen.
Nadie se podrá quejar; aunque no perdimos oportunidad de hacerlo, los miles de pobres diablos que no tuvimos la suerte de deslizarnos dentro del estadio (incluso ofrecí mi servicio de acompañante, con satisfacción de fantasía incluida), durante el tiempo en que la transmisión del concierto fue suspendida. ¿Qué querían? Donde hubiesen transmitido el evento en su totalidad hoy podríamos contar con la copia en DVD “Pol Lif In Bogotá” por los mismos dos mil pesitos, special features detrás de bastidores comentados por el Beatle vivo más viejo, Manolo Bellón, sujeto a restricciones de Canal Capital.
De manera que, a elegir entre Yo Me Llamo, Colombia Tiene Talento, o admirar a un zafio demente montar un caballo de paso fino mientras sostiene en la mano libre un pocillo de café, acepto encantado la iniciativa del canal de televisión público de Bogotá.
Hace mucho no me sentía así de feliz, Beatles, y gratis. Aunque se me quitó la felicidad al calcular que, en realidad, nada fue gratis.
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