lunes, 12 de noviembre de 2012

BALADÍ DE ELECCIÓN Y CORONACIÓN


De las transmicciones del popular programa de concurso La Voz Colombia es poco lo que se puede rescatar sin pagar un peso a sus captores.
De la primera semana de audiciones, si no fuera por el mal sabor de derrota de los participantes, que a pesar de haber hecho su mejor esfuerzo no consiguieron que los jurados apretaran el botón para girar sobre sus sillas en inequívoco gesto de aprecio por sus habilidades líricas, se podría pensar que el mal sabor era consecuencia de los abrazos de consuelo dados por los jurados a los concursantes eliminados sin ninguna muestra de pudor por acercar demasiado sus axilas aquéllos a éstos. Que no se contara con vestuario, o con tiempo para que los jurados cambiaran de atuendo es un asunto de manifiesta tacañería para un canal de televisión que cuenta con un presupuesto a nivel de la familia Umaña aunque da la impresión de trabajar con las uñas.
De las batallas por equipos es menester anotar nada; aparte de las presentaciones en bobo, de las interpretaciones de canciones de los jurados por parte de los concursantes, nada más que un impulso artificioso a sus carreras musicales de obstáculos.
¿Qué mérito tiene ser poseedor de una buena voz? El mismo que tener unas tetas jugosas o unas nalgas erguidas. Que sí, que el entrenamiento de voz es arduo, exigente; que únicamente los más insistentes y comprometidos logran ponerse al nivel de técnica que los diferencie de sus competidores, sí; pero, ¿acaso las reinas de Cartagena no se someten también a extensas jornadas en el gimnasio, o bien a dolorosos procedimientos quirúrgicos, para alcanzar la perfección en sus cuerpos?
Qué decir de las coincidencias en las comitivas, los desfiladeros mentales en traje típico de sastres naturales; en fin. Un deleite para el alma máter.
Hágale, por curiosidad, una pregunta del mejillón de Carlos Calero a un participante de La Voz Colombia, en el cuerpo de Vilma Pelmaza, a ver qué.

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