lunes, 17 de septiembre de 2012

QUÉ BOLETA GANARSE EL BALOTO

Recuerdo de mi infancia sobre todo las cosas que quise tener y que no se pudo. Unos tenis Nike ‘Agassi’, un Nintendo. Me conformaba sin embargo con recrear batallas inverosímiles entre mis G.I. Joe a pesar de no haberlos visto nunca por Cartoon Network. Y no me quejo. Mal haría, teniendo en cuenta que son muchas más las cosas, ahora mismo, de las que ni siquiera podré entretenerme con imaginarlas.
Por eso es que soy un resentido. Algo así como un niño disfrazado de adulto. Usted me entiende. Del mismo modo en que un niño haría, respondo a las consecuencias de mis actos de grande. Hago berrinches cada vez que la resaca me impide levantarme de cama; flexiono las rodillas y espero el caldo de costilla, tendido. De mí los analistas de cartera de los bancos con los que tengo deudas sólo reciben bromas pesadas. Rico, ¿no?
Soy un resentido de esos que se entretienen pensando en niñerías antes de conciliar el sueño. Es un juego al que sólo estoy invitado yo, desde luego, a ganar. Y a perder también.
Por ejemplo, sueño despierto con que soy rico y famoso, e imagino encuentros con algunas de las mujeres que me han rechazado, eso sí, eligiendo el personaje en estima de mi ánimo y los sucesos recurrentes del día, y se me aparecen en la mente gordas, corriendo tras el bus que detiene su marcha veinte metros adelante del lugar en que le alzaron el brazo al conductor, vestidas con la misma ropa que solía quitarles roída ahora, y, cómo no, agarradas como garrapatas a un hombrecillo miserable. Chusquísimo. Un deleite para el resentimiento. Me divierto montañas imaginando que en vista de mis ventajas económicas y sociales en contraste con su precaria situación le ofrezco un buen trabajo. Le tiendo la mano. Le socorro. Me siento orgulloso de sentir lástima y me premio abrazándome a la almohada. Luego, la imagen se traslada a la intimidad de su hogar, ese agujero que imagino putrefacto, donde sólo está a la vista de su hombrecillo, de Dios, y de mí. Ella no puede menos que asombrarse de lo bien que luzco, y no ahorra reproches (en silencio).
Pero últimamente he cogido la maña de imaginar que gano el Baloto. Imagínese usted. Qué dicha. Picha que picha. Es un deseo arbitrario aunque consecuente con mis ínfulas oníricas de fama y riqueza. La posibilidad de ganar el Baloto es la única forma, el deus ex machina que hará posible mi transformación hacia la holgura y el reconocimiento, la única excusa de la que me valgo para utilizar esa locución latina sin sentir vergüenza por hacerlo. En fin. Sueño con que soy rico y famoso para dar una lección a las mujeres que me han rechazado. Sueño con que gano el Baloto para poder soñar con que soy rico y famoso para dar una lección a las mujeres que me han rechazado o cambiado.

A seguir...

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