Permítaseme entretenerme con este asunto. Tuvo lugar en 2006, en la mesa de dinero de un banco, uno que contaba no con el suficiente prestigio como para ser considerado competitivo, pero sí con el mínimo para aplastar las cabezas de sus incautos clientes, y, hacer negocios y transacciones de capitales sin ninguna responsabilidad, nombre del cual prefiero prescindir, cuando un miércoles de semana santa, una mañana de esas en las que la inmovilidad del mercado abofetea las caras largas a todos los presentes; paradójicamente, a causa de la ilusión en el disfrute de cuatro días de merecido receso que se vienen, la amenaza de lluvia que flota junto a las nubes espesas que se posan, pesadas y grises, eléctricas, sobre el edificio del banco, no parece estropear los planes a ninguno; mientras unos visitarán sus fincas de recreo o a algún familiar que vive en cualquier otra ciudad, yo me conformaré con hundirle el pene a mi novia durante, al menos, tres días, sin detenerme no más que para comer u orinar, beber cerveza, o simplemente levantarme de la cama para traer del cuarto de baño el rollo de papel higiénico con el que limpiaré la esperma que, después de ser eyaculada sobre su barriga o senos, persista en permanecer alojado en su ombligo o entre los pliegues de su abdomen.
Después de las diez de la mañana, un tipo absolutamente calvo, de tratarse de sentarse frente a las pantallas de información y sistemas transaccionales y negociación, el más impulsivo, presa del aburrimiento, no encontró escape diferente a idearse un swap tan exótico como ventajoso. Sabrá el lector perdonar mi mala memoria, pero no recuerdo los pormenores del negocio que proponía el gerente pues, para ese entonces, era menos que un aprendiz -mucho tiempo hace-. En todo caso, vía Reuters no obstante, le ofreció la operación a un puñado de bancos. La transacción, si mal no recuerdo, era algo así como un pago en pesos a una tasa 100pb por encima de lo que pagaba el Banco de la República en subastas de expansión para ese entonces, contra un cobro a una tasa muy superior a la ofrecida en las subastas por el mismo banco central, una tasa x. De lo que sí no me cabe duda, es que el sujeto calvo esperaba un aumento en las tasas de expansión monetaria del República superior a 100pb en tanto tuviese vigencia el contrato. No hubo contestación por parte de ningún banco, sin embargo. Los boletines habituales en CNBC no daban muestras de un día fuera de lo común: Una rubia urraca recitando de memoria, como si se los dictaran desde la Casa Blanca, desprestigios contra Charles Prince, mientras el ticker agota las posibilidades de echar de menos el yield de las notas del tesoro americano, el dow, nasdaq, índices de bolsas de otros países, la tasa de todas las divisas que componen el dxy, precios de acciones… bah, en fin, cualesquiera de entre esas cosas de las que es menester ocuparse en el mercado de capitales; la continuidad en las tendencias predichas que dibujaba Bloomberg indicaba que íbamos a abandonar nuestras obligaciones a la hora planeada. “Fíjese bien, pollo. En el mercado, todos estos mal llamados traders, ni idea de hacer bien un nudo de corbata tienen.”, sonreía, a la vez que arrugaba la frente Mateo, sin quitar la mirada de la pantalla.
Practicar, con desdén, lanzamientos de golf con un paraguas, escupiendo improperios entre tiro y tiro, resultaba más regocijante para Mateo. Muy descontento por la poca acogida de su negocio, el aplicado trader, garabateó unas líneas y unos números sobre un papel legal -de los amarillos con renglones verdes- con el propósito de confirmar la coherencia de sus cálculos. La precisión de la estructuración era tan ajustada como sus lanzamientos con el paraguas, los cuáles hacían que el paraguas rozara únicamente la alfombra del lugar. Ochocientos millones de lanzamientos imaginarios con el paraguas tuvieron que suceder para que, de repente, se oyera el bip característico del Reuters. “Respuesta”, piensa el calvo. Sobre la pantalla se lee lo que responde Bancolombia:
Practicar, con desdén, lanzamientos de golf con un paraguas, escupiendo improperios entre tiro y tiro, resultaba más regocijante para Mateo. Muy descontento por la poca acogida de su negocio, el aplicado trader, garabateó unas líneas y unos números sobre un papel legal -de los amarillos con renglones verdes- con el propósito de confirmar la coherencia de sus cálculos. La precisión de la estructuración era tan ajustada como sus lanzamientos con el paraguas, los cuáles hacían que el paraguas rozara únicamente la alfombra del lugar. Ochocientos millones de lanzamientos imaginarios con el paraguas tuvieron que suceder para que, de repente, se oyera el bip característico del Reuters. “Respuesta”, piensa el calvo. Sobre la pantalla se lee lo que responde Bancolombia:
- HI HI FRD QUÉ ES ESO, MASTER???? –, cuestionaba la confundida
contraparte.
- Un swap, m´hijo… ¿No entiende? – replica con más angustia que frustración, Master.
Silencio total en la mesa. Incluso se llegó a pensar en que Master estaba orate por completo. Otro bip en Reuters.
- HI HI FRD
- HI FRD – responde con apatía Master.
- Explícame por favor, no te entiendo – reclamaba un incauto trader del Bogotá.
- BIBI FRD TKS – termina Master, sin siquiera molestarse en dar a entender.
Lastimosamente, un muy buen negocio desperdiciado porque nadie lo comprendió. Porque sí, es cierto, en los bancos casi nadie sabe de qué se trata el negocio, los cajeros creen que se trata de recibir pagos por servicios y consignaciones y de mantener a salvo una caja fuerte; los vendedores de productos financieros y los analistas de crédito no ven más allá de la posibilidad de empeñar su existencia a cambio de un crédito hipotecario y, más arriba, entre los analistas técnicos y los traders y los gerentes, más vale un dry Martini que descanse sobre una mesa de mármol a dejar derramar éste sobre una corbata Hermès como consecuencia del descuido de no haberla retirado del pecho para dejarla colgar sobre la espalda.
Enojado e incómodo, Master se dirigió hacia el guardarropas de tesorería, después de abrirlo de un tirón con su mano derecha, dejó el paraguas en el fondo y, acto seguido, tomó su chaqueta guardada ahí dentro. Cierra de un golpe el armario, se despide de unos cuantos no sin antes enterarlos de sus planes para el fin de semana largo, consulta su cronógrafo Omega y decide que es mejor jugar golf a lidiar con la desidia del mercado, cuando apenas eran las once de la mañana.
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