En el
apartamento del lado, el 106, vive un gran danés, Ramón. Ramón comparte el
apartamento con uno de los vecinos a los que siempre evito para no verme en la
penosa obligación de saludar. Hasta el año pasado el vecino del 106 contaba con
la ayuda de una señora que se encargaba de los asuntos domésticos en su casa,
menos de domesticar a Ramón; de cuando en cuando se le veía a Ramón halar de la
menuda mujer como si se tratara de un carrito de juguete sin ruedas: la
arrastraba sobre el césped, la obligaba a perseguir neumáticos rodantes, aunque
nunca le mordió.
Ramón,
desde enero de este año cuida de sí mismo durante la tarde; en las mañanas el
paseador de perritos lo recoge a las 8 y lo trae de vuelta a las 11. Rara vez
se le oye ladrar en su estrecha soledad de propiedad horizontal. Sin embargo,
cuando lo hace, no canso de preguntarme ¿será acaso el ‘perrito’?
Luego
de la sorpresiva aunque anunciada derrota de la Selección Colombia ante el equipopó
venezolano pareciera que nadie habitara el apartamento de Ramón. No obstante,
en Twitter, en Facebook, por doquier, en la tele, se daba evidencia de dos
cosas: la primera, que con la Selección Colombia, los colombianos, en las
buenas y en las balas, y segunda, que, de malos perdedores, si acaso, nos ganan
tres Neymar (informa la Cancillería a propósito que a Neymar lo extraditaron de
Colombia por ser buen perdedor); “sí, perdimos, pero al menos tenemos con qué
limpiarnos el culo, harina con qué hacer arepas”, y sí, perdimos, y Maduro se
limpia con lo que los herederos del conflicto armado y social más antiguo del
mundo posmoderno piensen sobre él y sus millones de barriles de petróleo
diarios. De Ramón no supe nada hasta el miércoles en la noche.
De
mal agüero el 4 de julio, día en que dos de los más grandes males del mundo
posmoderno cumplen años: los states y
el señor aquél de Salgar. Día en que corriendo el año 2014 se enfrentaran por
los cuartos de final de la Copa Mundo Brasil y Colombia. El partido,
atropellado como este texto; los states
y el señor aquél de Salgar, nefastos, como este texto. Al final el equipo de Colombia
resulta derrotado. El país que dos horas antes estaba desolado y atónito
recobró la vida con una inyección de adrenalina que aún no se disipa: “Era gol
de Yepes”. ¿Peyes, a lo bien? La reedición de este encuentro tendría lugar el
miércoles anterior, con ocasión del segundo partido del Grupo C de la Copa
América 2015. Horas antes del partido a la plaga del “Era gol de Yepes” se le
sumó la plaga del
“—Neymar, ¿viste la ardilla?
—¿Cuál ardilla?
—La que te pega con la rodilla.”
el cual hace alusión a la grave infracción cometida por el presunto
(aunque las cámaras lo registraran en flagrancia, según los nuevos estándares
de comunicación es presunto) agresor Camilo Zuñiga sobre el mequetrefe (el
periodismo deportivo aún no se pone de acuerdo en cuanto a esta cuestión en
particular) brasilero Neymar, y lo deja por fuera de la Copa Mundo a razón de
una grave lesión.
El
miércoles en la noche todo un país dormido profundizó aún más el sueño para ver
perder a su equipo de fútbol ante Brasil; y soñó despierto para verlo ganar. Silencio
sepulcral. De una muerte súbita a una asistida.
Así
como la ciudad que habito, el edificio en que vivo dejó de palpitar. Aguantó la
respiración desde el silbato inicial. Tan sólo se oía el rumor de los
televisores. Y, de repente, el silencio fue roto por un coro que hizo temblar
los muros. GOL HIJUEPUTA. Del sopor a la euforia.
No
paró de ladrar sino hasta una hora después, alterado y confundido, el pobre de
Ramón.
No
comprendía por qué nos indignaba que Neymar arremetiera a puñetazos contra la
pelota pero celebrábamos que Bacca lo empujara por la espalda. Se preguntaba si
los colombianos habríamos visto, si acaso, en alguna ocasión un armiño, el
animal que decapita niños; o, quizás, a un militar activo, el animal que merodea
por Soacha ejecutando falsos positivos; o al guerrillero, el animal que
envenena ríos atentando contra el sector petrolero. Lo inquietaba sobre todo,
pobre Ramón, aturdido, incrédulo y fascinado, absorto, por qué se celebraba con
el mismo entusiasmo la derrota a Brasil que la muerte de un guerrillero, la
excitación que causa la sola idea de linchar en público a una rata, un
desalmado roedor, cuando no es más (ni menos) que el deseo de asesinar
impunemente, eso sí.
¿Cuál
es el animal que hace justicia por su propia mano? Miraba la tele Ramón, y
pensaba, sin dudarlo, que el colombiano.
De
tal manera, que si entrevistaran espontáneamente a Ramón durante uno de sus
paseos matutinos sobre el posconflicto él asegurará que será seguir matándonos
por un iphone, o emprender contra Venezuela, Nicaragua, Brasil, un gamín o, simplemente,
porque sí, porque qué carajos, así funciona, pasar sobre el que se atreva a
pasar por enfrente.
* * * * *
No querer
saludar a los vecinos no es violencia, es una elección, mala educación si
quiere. Violencia, por el contrario, es verse forzado a saludar, a expresar una
cortesía tan falsa como la modestia, sabiendo que uno al regresar borracho a
casa no espera a cruzar el umbral de la puerta para orinarse en el shut.
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