La imprudencia no excusa a la estupidez, aunque aquélla sea consecuencia de ésta. Y tratándose de estupidez, sería imprudente de mi parte pasar por alto el desteñido cubrimiento exclusivo de los Juegos Olímpicos que ofreció de mala gana a los colombianos el canal privado de televisión, Caracol. Una vergüenza. Desastroso por decir lo menos.
Recuerdo de los Juegos Olímpicos en Beijing cuatro años atrás que la transmisión estuvo a cargo del canal público de televisión, Señal Colombia. De pe a pa, día tras día, sin privilegiar en la programación a deporte alguno sobre otro, en lugar de ambicionar ingresos por concepto de publicidad lagañosa, centraron la atención en que los televidentes aprendieran de los deportes menos comunes sus reglamentos básicos así como sobre sus técnicas más comunes e inverosímiles. La única forma de despertar el interés en los deportes menos comerciales es el aprovechamiento de eventos masivos como los Juegos Olímpicos o los Juegos Panamericanos (transmisión de su última edición gracias a Señal Colombia también) para tal propósito. De otra manera, ¿cómo apartar la atención del todopoderoso fútbol en el que los colombianos hemos demostrado nuestra intrascendencia en lo corrido de los tiempos? En paralelo, la transmisión de ESPN de los Juegos Olímpicos (ausente en la edición anterior), desde las 3:00 A.M. hasta el final de la jornada (aproximadamente hacia las 5:00 P.M.), me impidieron extrañar a Señal Colombia, pero me incitaron a comparar con la de Caracol.
Durante las horas muertas, es decir en la madrugada, transmitían el inicio de la jornada para nada más que ser interrumpido por el programa de variedades que sabrá Dios desde cuándo sale al aire a diario para regocijo de Agmeth Es Cafre y la mujercita rica de Juan Esteban Sampedro: la competencia de Jota Mareo. Como si se tratara de un regalo reanudaban la transmisión por una hora al finalizar el dichoso programa, para volver a la rutina de novelones, dicha de las amas de casa.
No debieron nunca asumir la empresa de transmitir los juegos olímpicos a medias, sin querer queriendo, si antes no iban a estar dispuestos a sacrificar sus compromisos comerciales, por una vez en cuatro años.
Bonnet nos deslumbró con su inigualable capacidad de hacer inentendible lo que no admite confusión; a su vez, ‘el cantante del gol’, haciendo honor a su mote, narraba los encuentros de basquetbol como si tal menester se tratara de seguir los sucesos de un partidito de potrero de la selección, ante la impasividad del experto comentarista invitado. Ni qué decir del desempeño de César Augusto Londoño y el de Ricardo Orrego como corresponsales durante los Juegos Olímpicos en Londres. Fue desastroso. Irrespetuoso tanto para los deportistas como para la audiencia. Que César augusto Londoño se entrometiera en una zona restringida para hacer preguntas inapropiadas a Caterin Ibargüen, en un momento en el que ella requería de toda la concentración, es idiotez. Que Orrego siempre al final de cada hit en las semifinales pretendiera tener la primicia de qué putas con Mariana Pajón, es idiotez. Bien hicieron en sacarlo del brazo a la vista de las cámaras que transmitían el evento para todo el mundo. Tan vivos los cafres.
Del cubrimiento de los Juegos Olímpicos por parte de Caracol rescato que Linda Pelmaza sabe de deportes tanto como yo, pero nos sorprendió con su habilidad para turistear sin poner un pie siquiera por fuera de Westminster.
¡Bravo, pendejos!