miércoles, 23 de septiembre de 2015

LA JUSTICIA COGE PERO SE VIENE

Histórico anuncio apostólico sobre la justicia transaccional
La Habacana

Como si se tratara de un par de tenis chiviados en San Andresito lo que negocian, la opinión pública ve con malos ojos que los cabecillas de las FARC se entretengan bebiendo whisky, cuando sueña con que se entregan bebiendo whisky. Ni que De la Calle, luego de las extenuantes jornadas de regateo, se relajara en compañía de una copa de sofisticado chamberlain.
De los puntos a los cuales se ha llegado a cuerdo, ni locos que estuvieran, en la sobremesa de negociación que tiene lugar en La Habacana, se destaca que en cuanto al tráfico de drogas se ha decidido extender la cobertura de la seguridad social a los dealers (léase jíbaros). En tanto respecta al tema agrario se comprometen los insurgentes de bien, personas divinamente, de los Marx y Lenin de toda la vida, a sustituir los atroces campos de concentración insignes del Caguán por camposantos.
Se ha establecido, además, un plazo de sesenta días luego de la firma del acuerdo definitivo de Paz para que se cumpla el punto que más inquieta al Estado: la dejación de armas. Fuentes sin confirmar la Paz aseguran que al Estado le preocupa más, en realidad, el tema de la dejadez en el cuidado personal. “De una vez por todas los guerrilleros tienen que lucir como guerrilleros, no como Fernando Londoño vistiendo Rolex en sus muñecas y que tales”, se quejó un reputeado ministro quien solicitó se mantuviera su nombre en reversa, nunca en zona de reserva campesina.
Por su parte, el Estado colombiano ha prometido definir en las próximas horas los linderos, no de zonas de despeje sino, por el contrario, de zonas de despliegue militar. Así mismo, las penas para los comandantescos de las FARC no superarán el interminable término de 8 años de procesos 8.000.
Ahora bien, nadie se explica para qué un cabesilla vacía de la guerrilla quiera hacerse visible fungiendo en el papel de congresista. Sin lugar a deudas serán, al pasearse por los pasillos del establecimiento, un blanco fácil de burlas y de balas. A menos, aclaro y aClara López (lenguache incluyente), que sea extendida indefinidamente la suspensión de las imputaciones a jefes guerrillorones por parte de la Fiscalie to me, lo que no significa cosa distinta que la otorgación de estatus político: oportunidad de la cual es menester sacar provecho: delinquir con derecho a impunidad.
Todo bien, no obstante la torpeza de Timoshenko al dejar a Castro con la mano estirada por preferir estrechar la de Santos.
En resumen, la Paz, el descanso eterno y la luz perpetua serán de provecho para Tirofijo, arma bendita. A nosotros, los ciudadanos el pan nuestro de cada día de día sin carro de a pie nos toca seguir lidiando con los Peñalosa, los Moreno Rojas, los Moreno de Caro, los colonizadores Springer, los Roy, los galancitos y los gaviritas, los pastranitas y los samperitos, los samperitos, los samperitos, los Foronda y, desde luego con los Balvin, mientras el ‘dotor’ Uribe se encona en su proceso de pus.

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¿Ella? Calé de matar. ¿A ti? Miedo dan, es lacra fariana. ¿Irá FARC al Senado? De imitar. Átame, De la CallE

martes, 1 de septiembre de 2015

LO QUE EL VIENTO SE LLOVIÓ

Entre viejos es común colgarse al cuello la escarapela de identificación en calidad de visitante, caminar por la derecha y respetar el turno, aunque, de revés en cuando, saltar algunos turnos haciendo merecido uso de la fila para discapacitados, embarazadas y personas de la tercera edad (debiera de haber una categoría para quienes, a pesar de no ser considerados viejos, así se sientan); en vista de lo prolongado de los recorridos y de los dolores de rodilla pedir que le sea cedida la silla azul; ya sea por el ‘helaje’ ponerse la bolsa de agua caliente a los pies o bien a causa del cólico hacerla descansar sobre la barriga; referirse al frío excesivo como ‘helaje’; con el estandarte de la anorexia declararle la guerra al colesterol, al gluten, a los transgénicos, al glifosato, al azúcar, a la cafeína, y de las selfies hacer el trofeo de batalla en los anales de Instagram®; estirar el sueldo con el objeto de ahorrar para comprar un Walkman o un reproductor de LaserDisc; por horas extenderse, hasta quemarse las puntas de los dedos con los cigarrillos que se resisten a extinguirse, a hablar del clima como si se tratara de Petro, que ‘los cachiporros’, que ‘hace veinte años ésto o aquello’, o que ‘este año se pasó volando’ y que ‘ya no se hizo nada’.
No transcurrió este 2015 más pronto de lo que tardó el anterior en inspirar los buenos propósitos de año nuevo ni hará falta esperar hasta el siguiente para comprobar si, en comparación, menos o más personas empezaron a asistir al gimnasio, a dejar de fumar. Si acaso, el próximo año se hará insoportablemente más largo por un día.
El tiempo es caprichoso, como un niño viejo. De repente se le intuye perdido, dando giros sobre sí, cerrando un círculo tras otro. Cuanto más necesaria es su prisa, más parsimonioso se hace. Y, en efecto, de ser su pesado transcurso el objeto del deseo, se desvanece como el suicida humo del cigarrillo que se estrella contra el cielorraso indefenso.
Sirva el tiempo, además, como unidad de medida para el tedio producto de la música de Pink Floyd.
Ahora bien, en perspectiva, el niño es viejo por cuenta de los círculos que abre y se atreve a cerrar, y el viejo, del mismo contrario y en sentido modo, se hace niño, de tal manera, al cerrar círculos que nunca antes abrió. A una cosa se le conoce como desaplicación y, a la otra, incontinencia.
La acumulación de experiencia significa un detrimento en la estimación de los años. Un año escolar significa poco menos que una tortura; de años siderales y canciones de Pink Floyd sabemos los viejos. Es decir, no es comparable la percepción de un año para un viejo que ha sobrevivido, no sé, supongamos, 60 de ellos, a la de un niño que, con suerte, tendrá conciencia de una decena. El tiempo se manifiesta como un libro leído, y un libro tiempo perdido de manifiesto. Inocente de cuanto le espera, el lector se pierde en el tiempo: las páginas restantes son pesadas, y las dejadas atrás, pocas; luego, los personajes son viejos conocidos, niños extraños, y cada página luce más corta: porque en práctica, muchas se han pasado.
La vida no puede ser tanto como escribir un libro, poco como sembrar un árbol, menos aún, escribir un libro y  sembrar un árbol para suplir a un hijo no nacido, a pesar de que sea nomás que cerrar círculos en el sentido en que corren las manecillas del reloj.