Apriete
un cigarro entre los labios. Sírvase un café y tírelo por el retrete. Mejor le
haría un trago. Aspire el humo del cigarro, quémese la garganta. Queme el humo
con su garganta áspera. Pase saliva.
Agarre
el teléfono, deslice el dedo torpe sobre la pantalla. Presione el botón
equivocado.
[NUKE]
Suelte
la mano de la zorra que lo acompaña en el bar. Hágale creer lo que le ha hecho
creer a todas: que el amor y el gusto son la misma mierda. Bésela. Agárrele una
teta. Sienta asco. Bésela nuevamente.
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* * * *
Olga
era Ucraniana. Quizás la mejor pianista que hubo en Colombia durante la segunda
mitad del siglo XX. Fue amiga nuestra. De Anuar, Rafael, de los Juanmanueles,
López y Botero, de Ospina; amiga mía también.
Olga llegó a Colombia de la mano
de Gilberto, otro amigo, más difícil de llevar, pero igual un amigo. Un tipo
que llegó por elección, no por coincidencia a la Unión Soviética, cansado
aunque convencido. Un tipo que tuvo suficientes pantalones para contrabandear
jeans Levi’s con el propósito de sobrevivir. Y ya. El tipo volvió a Colombia
con Olga y con un niño que venía con la experiencia de haber escapado del
régimen soviético por Siberia (su abuela escapó con él en brazos, saltó de un
tren que había sido interceptado por un retén militar, hundió sus pies en la
nieve, lo que le dejó severas quemaduras), y con un título en gerencia
portuaria. Andrey, mi hermano, hijo de Olga y Gilberto; un tipo que, como yo,
escribió su trabajo de grado en un fin de semana. Un tipo que, como yo, tuvo
muchos fines de semana disponibles para desperdiciar, y dedicó uno para
terminar lo que no pudo terminar con él.
Olga era ucraniana, rubia,
inteligente, putamente inteligente, indiscreta, aunque más colombiana que la
vergüenza de tener que enseñar un pasaporte colombiano. Olga amaba más que
nadie a Andrey. Olga sufrió un accidente cardiovascular mientras la vida vivía
a Andrey en Australia. La despedida se la dimos con el rencor de no haberle
hablado antes. Con el rencor de haberle oído hablar sobre Dvoryak y Rachmaninov
sin siquiera entenderle. Con Andrey ausente.
*
* * * *
Olga
hizo su postdoctorado en Ucrania. Trajo, de regreso, vodka, matrioskas a más no
poder, camisetas desde el aeropuerto de Amsterdam, y camisetas chiviadas de la
selección de fútbol ucraniana, además de sus memorias sobre el día en que
conoció a Putin: un enano diabólico, según lo que ella comentara.
Los padres de Olga, hoy es aún el
día en que viven en Ucrania. En Kiev (dígase quiív).
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Deslice
el dedo necio sobre la pantalla del teléfono. Yerre. Corrija. Llame a la
persona correcta: Andrey.